sábado, 26 de agosto de 2023

TOA - 24vo. Domingo - Dejando atrás el pasado - Mt 18, 21-35


Muchas de las treinta guerras que hoy se han desatado en el mundo, ninguna era por la defensa contra agresores extranjeros, la mayoría de los que peleaban eran compatriotas, separados sólo por su religión.
Esas guerras durarán mientras nos neguemos a perdonar.

Jonathan Swift, decía con ironía: "Tenemos suficiente religión para hacernos odiar, pero no lo suficiente para hacernos amarnos unos a otros."

La sabiduría popular nos dice que hay que dejar atrás las cosas que pertenecen allí para poder avanzar. En muchos casos son experiencias que nos causaron dolor y nos ha convertido en personas resentidas con algo o alguien, aún aunque la persona ya haya fallecido.

En otros casos, puede que en nuestras dificultades añoremos los momentos que fueron de lo mejor y que quisieramos actualizar y repetir, aún sabiendo que son irrepetibles.

Quedarse en el pasado es como querer avanzar por el camino de la vida con una gran roca atada a la cintura. Me viene a la mente la escena en que Rodrigo Mendoza (Robert de Niro), -un traficante de Indios y asesino de su hermano- que quiere subir las cascadas del Iguazú cargando toda su armadura consigo hasta que cuando es liberado por el Padre Gabriel (Jeremy Irons), estalla en llanto y encuentra no solo consuelo, sino también perdón de los Guaraníes a quienes cazaba como de sí mismo.

Perdonarse a sí mismo tiene una fuerza liberadora intensa y profunda. Es un momento de sanación que deja huella profunda en el espíritu. Es cuando experimentamos el inmenso amor del Padre que nos recupera y su Misericordia que nos restaura y nos devuelve a la vida.

El perdón no es nada fácil, muchas veces hemos escuchado en el confesional, "no le tengo recor, he perdonado, pero no he olvidado lo que me hizo". "Perdonar y olvidar no es lo mismo", nos dicen. somos tan aferrados a nosotros mismos que nos olvidamos de la fe y las enseñanzas de Jesucristo. Pablo nos recuerda que: "Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos". Si amamos, por Él amamos, si odiamos a Él odiamos.
Mientras no olvidemos los agravios  no podremos perdonar debidamente ni tampoco podremos experimentar el poder sanador del Perdón.

Si sólo quisiéramos olvidar, el perdón sería más fácil. El Eclesiastés nos recuerda que "Cosas abominables son el rencor y la cólera; sin embargo, el pecador se aferra a ellas". Y esa actitud de pecado nos hace débiles, frágiles, infelices. Muchas veces preferimos aferrarnos a nuestras heridas en vez de avanzar. Ya las conocemos, de algún modo ya las queremos y cuando no están es como si nos faltara algo. Las cicatrices de viejas heridas nos hacen muchas veces dependientes de ellas, es como si tuvieran vida propia, ajena a nuestra voluntad, y se niegan a sanar.

Si dejamos que nuestro recuerdos negativos nos siga atrapando cada vez que recordamos el rechazo, el insulto, el olvido, la lesión, el daño, nuestro resentimiento vuelve a brotar, como si fuera ayer y nunca se irá.

Cuanto más cerca estamos de alguien a quien amamos, más profundo es el dolor, pero también más exquisita es la reconciliación con esa persona cuando nos abrimos al perdón. Hay que prestarnos atención, hay que restablecer la comunicación, hay que socializar si queremos ser vida para otros.

A veces pensamos que sólo podemos perdonar a los extraños, pero sucede que toda nuestra vida está llena de amistades quebradas, y muchas veces somos nosotros quienes las quebramos. Si queremos restaurarlas, escuchemos a Cristo que nos dice, Perdona siempre, ama siempre, muestra a Dios en tu vida siempre. Es la respuesta que le da Jesús a Pedro cuando le dice: "No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete".
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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano, Semana 24 - TOA
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Primera lectura: Ec (Sir) 27, 33–28, 9
Cosas abominables son el rencor y la cólera; sin embargo, el pecador se aferra a ellas.
El Señor se vengará del vengativo y llevará rigurosa cuenta de sus pecados.

Perdona la ofensa a tu prójimo, y así, cuando pidas perdón, se te perdonarán tus pecados.
Si un hombre le guarda rencor a otro, ¿le puede acaso pedir la salud al Señor?

El que no tiene compasión de un semejante, ¿cómo pide perdón de sus pecados?
Cuando el hombre que guarda rencor pide a Dios el perdón de sus pecados,
¿hallará quien interceda por él?

Piensa en tu fin y deja de odiar, piensa en la corrupción del sepulcro y guarda los mandamientos. Ten presentes los mandamientos y no guardes rencor a tu prójimo. Recuerda la alianza del Altísimo y pasa por alto las ofensas.
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Salmo Responsorial: Salmo 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12 R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, al Señor, alma mía; que todo mi ser bendiga su santo nombre.
Bendice, al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades;
él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
El Señor no nos condena para siempre, ni nos guarda rencor perpetuo.
No nos trata como merecen nuestras culpas,
ni nos paga según nuestros pecados.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia;
como un padre es compasivo con sus hijos,
así es compasivo el Señor con quien lo ama.
R. El Señor es compasivo y misericordioso.
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Segunda lectura: Rom 14, 7-9
Hermanos: Ninguno de nosotros vive para sí mismo,
ni muere para sí mismo.
Si vivimos, para el Señor vivimos;
y si morimos, para el Señor morimos.
Por lo tanto,
ya sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor.
Porque Cristo murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos.
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Aclamación antes del Evangelio: Jn 13, 34
R.
 Aleluya, aleluya.
Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor:
que se amen los unos a los otros, como yo los he amado.
R. Aleluya.
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Evangelio: Mt 18, 21-35
En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó:
"Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?" Jesús le contestó: "No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete".

Entonces Jesús les dijo: "El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos talentos.
Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él,
a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda.
El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo:
'Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo'.
El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.

Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: 'Págame lo que me debes'. El compañero se le arrodilló y le rogaba: 'Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo'. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.

Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: 'Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?' Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.
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