domingo, 23 de julio de 2023

TOA - 17mo Domingo - La Perla más Preciosa - Mt 13, 44-52


Muchos que hemos nacido o crecido en el campo sabemos del gran amor que un agricultor tiene por su campo, por su tierra. Sabemos también que esperar a que produzca no es la respuesta, nuestros  mejores años pueden ser desperdiciados en la espera. Hoy en día, muchos hijos nunca aprenden de los errores de sus padres.

Mario Romero Perez era un pequeño empresario peruano que en medio de la crisis más alta de la pandemia en Lima decidió no subir el precio de su oxígeno, decía que "cada uno debe ser responsable de sus actos". Esos valores los aprendoió de sus padres. El buen hombre acaba de fallecer de covid y su acción aprendida de sus padres le ha valido ser reconocido como un héroe civil del Perú" Sólo el amor puede garantizar la seguridad y la atención en los años en declive. 
Las posesiones solo proporcionan la ilusión de seguridad.

Otros que han hecho su riqueza a costa del sufrimiento del hermano, tienen sus propias propiedades de las que solo la muerte puede separarlos. Se aferran a ellas tan enfermizamente que terminan esclavizados por ellas. Toda su vida ha girado en torno a la propiedad y riqueza, estatus y prestigio o poder e influencia y se olvidaron de vivir y disfrutar la vida en su más profunda riqueza. No hay nada más patético que una reina de belleza envejecida que se niega a aceptar los estragos del tiempo en su rostro y en su cuerpo.

Le preguntó Dios a Salomón“Qué te gustaría que te diera como regalo ahora que vas a ser rey”. Salomón contestó: "Dale a tu siervo un corazón para entender cómo discernir entre el bien y el mal".

Es el tipo de regalo que todos necesitamos. Las posesiones vienen en muchas formas. No es tanto de estas posesiones de las que deberíamos deshacernos, sino del demonio de la posesión misma que debería ser exorcizado. 

La pobreza se ha convertido en una mala palabra en el mundo en que vivimos. No debemos olvidar que la pobreza es también una virtud cristiana. No es casualidad que Cristo comenzó su Sermón del Monte con "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". O que la única condición para sus seguidores es que "dejen todas las cosas". O que el joven rico debería haber fallado todo porque falló esta prueba, "porque tenía grandes posesiones". O que la perla de la parábola de hoy solo puede comprarse "vendiendo todo lo que posee". Es un renovarse desaciéndese de lo viejo, de lo pasado, de lo que nos ata y esclaviza.

El problema con la mayoría de las personas es que quieren tener la felicidad y el amor sin arriesgarse a compartir y a amar. Ya que soy el mejor, todo lo mejor para mí, el nosotros queda fuera de su vocabulario. 

Hay una perla para todos, pero para adquirirla hay que sacrificar algunas cosas y seguridades, hay un precio que todos debemos pagar para tenerla. 

Este precio está adaptado a cada circunstancia individual. El desapego es ese precio, debemos aprender a poder alejarnos de lo que más apreciamos sin tener que mirar atrás con pesar. Mario Romero adquirió su perla y ahora lo va a disfrutar para siempre. Muchos hemos decidido compartirnos y así obtener la perla de mejor valor: la vida eterna.  

Nuestra tragedia NO es que no podamos encontrar la perla, 
sino que NO estamos dispuestos a pagar el precio.
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Lecturas Bíblicas en Lenguaje Latinoamericano - Tiempo Ordinario A - Semana 17
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Primera lectura: 1 Reyes 3, 5. 7-12
En aquellos días, el Señor se le apareció al rey Salomón en sueños y le dijo: “Salomón, pídeme lo que quieras, que yo te lo daré”.

Salomón le respondió: “Señor, tú trataste con misericordia a tu siervo David, mi padre, 
porque se portó contigo con lealtad, con justicia y rectitud de corazón. 
Más aún, también ahora lo sigues tratando con misericordia, 
porque has hecho que un hijo suyo lo suceda en el trono. 
Sí; tú quisiste, Señor y Dios mío, que yo, tu siervo, sucediera en el trono a mi padre, David. 
Pero yo no soy más que un muchacho y no sé cómo actuar. 
Soy tu siervo y me encuentro perdido en medio de este pueblo tuyo, tan numeroso, que es imposible contarlo. 
Por eso te pido que me concedas sabiduría de corazón para que sepa gobernar a tu pueblo 
y distinguir entre el bien y el mal. 
Pues sin ella, ¿quién será capaz de gobernar a este pueblo tuyo tan grande?”

Al Señor le agradó que Salomón le hubiera pedido sabiduría y le dijo: 
“Por haberme pedido esto, y no una larga vida, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos, 
sino sabiduría para gobernar, yo te concedo lo que me has pedido. 
Te doy un corazón sabio y prudente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti. 
Te voy a conceder, además, lo que no me has pedido: 
tanta gloria y riqueza, que no habrá rey que se pueda comparar contigo”.
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Salmo Responsorial: Salmo 118, 57 y 72. 76-77. 127-128. 129-130 (97a)

A mí, Señor, lo que me toca es cumplir tus preceptos.
Para mí valen más tus enseñanzas que miles de monedas de oro y plata.
R.  Yo amo, Señor, tus mandamientos.
Señor, que tu amor me consuele, conforme a las promesas que me has hecho.
Muéstrame tu ternura y viviré, porque en tu ley he puesto mi contento.
R.  Yo amo, Señor, tus mandamientos.
Amo, Señor, tus mandamientos más que el oro purísimo;
por eso tus preceptos son mi guía y odio toda mentira. 
R.  Yo amo, Señor, tus mandamientos.
Tus preceptos, Señor, son admirables, por eso yo los sigo.
La explicación de tu palabra da luz y entendimiento a los sencillos.
R.  Yo amo, Señor, tus mandamientos.
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Segunda lectura: Rom 8, 28-30
Hermanos: Ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios, 
de aquellos que han sido llamados por él según su designio salvador.

En efecto, a quienes conoce de antemano, los predestina para que reproduzcan en sí mismos 
la imagen de su propio Hijo, a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos. 
A quienes predestina, los llama; a quienes llama, los justifica; y a quienes justifica, los glorifica.
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Aclamación antes del Evangelio: Cfr Mt 11, 25
R. Aleluya, aleluya.
Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla.
R. Aleluya.
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Evangelio: Mt 13, 44-52
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: 
“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. 
El que lo encuentra lo vuelve a esconder, 
y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.

El Reino de los cielos se parece también
a un comerciante en perlas finas que, 
al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.

También se parece el Reino de los cielos 
a la red que los pescadores echan en el mar 
y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, 
los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; 
ponen los buenos en canastos y tiran los malos. 
Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. 
Allí será el llanto y la desesperación.

¿Han entendido todo esto?’’ 
Ellos le contestaron: “Sí”. 
Entonces él les dijo: 
“Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia,
que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas”.
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O bien: Mt 13, 44-46
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: 
“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. 
El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, 
va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.

El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, 
al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra’’.
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Reflexión 2

Con nuestra terquedad de hacer sólo lo que queremos y pensamos que es lo verdadero, muchas veces sembramos amargura y frustración en los hijos cuyos mejores años se desperdician en espera y odian nuestros proyectos que nunca harán suyos. O cuando los educamos dándole todo y de todo en demasía, criamos hijos que no va a estar dispuestos a aprender de los errores de sus padres.

Sólo con los golpes que nos asesta la vida, aprendemos que las posesiones nos proporcionan sólo la ilusión de seguridad y éxito y que el amor es lo único que puede garantizar la seguridad y la atención en los años en declive.

En una u otra etapa de la vida, todos somos tentados a aferrarnos a las cosas por un sentido si la seguridad. Adquirimos cosas y las posesionamos tanto que sólo la muerte puede separarnos de ellas. 

Puede ser propiedad y riqueza, estatus y prestigio o poder e influencia. Puede ser el sentido de la importancia que viene de estar a cargo, o un estatus y una reputación a la que ya no podemos estar a la altura. 

"Pídeme lo que quisieras que te de", dijo Dios a Salomón; Y el joven rey respondió: "Da a tu siervo un corazón para discernir entre el bien y el mal". Esa sabiduría es el tipo de regalo sustancial que todos necesitamos. Salomón no oró por la riqueza o el esplendor. 

De todo lo que acumulamos, son tantas las cosas de las que debemos librarnos, como la lujuria de la posesión misma, porque la pobreza suele ser un término tan negativo, que los pobres son a menudo despreciados y ninguneados. No hay que dejar que una hambruna africana o un desastre lejano nos hagan olvidar que la pobreza también se nombra como una bienaventuranza. No es casualidad que Cristo comenzó su Sermón de la Montaña con "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". Esto debe conducirnos finalmente a "dejar todas las cosas" y a no depender de ellas. 

Ojalá que los jóvenes ricos de nuestro tiempo puedan preguntarse podría preguntarse por lo que él o ella podría dar, para ganar la verdadera perla preciosa y de gran precio. 

Con la humanidad como objetivo último de nuestras vidas obtenemos lo mejor y a la vez la hacemos mejor. Nuestro servicio por las causas que alivian el sufrimiento humano nos dan lo más precioso que Dios creó, un amor y aprecio por el ser humano, saber que todas las personas somos perlas de gran valor ante Dios y que lo que hagamos por otros nos permite deshacernos de todo lo que no tiene valor y hace nuestras vidas miserables. La persona es la Perla más preciosa en todo el planeta.

Esa es la perla preciosa a nuestro alcance, todos y todas podemos pagar ese precio y ganarla. Esa perla que nos hace ser capáces de dejar lo que nos ata a las cosas sin mirar hacia atrás con pesar. A menudo nuestro dilema no es que no podemos encontrar la perla, sino que no estamos dispuestos a pagar el precio de la perla que Jesús nos ofrece.

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