sábado, 25 de marzo de 2023

TOA - 5to. Domingo de Cuaresma - Yo soy Resurrección y Vida - Jn 11,1-45

La peor desgracia de un desplazado es morir lejos del paisaje familiar, de la tierra y suelo patrio. 
Duele más cuando los seres queridos muere en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños. 

Yahvé habla por la voz del profeta Ezequiel y consuela al pueblo sufriente. A los desterrados en Babilonia les reafirma que los ha llamado a una existencia totalmente nueva. El Espíritu de Yahvé reconstruirá su realidad, los pondrá de pie, caminará con ellos en sus sueños y proyectos y les dará la paz y la grandeza solo porque los ama demasiado. Por ese amor, Yahvé abrirá los sepulcros de Israel y dará una nueva vida. 

Es una “resurrección” que deja atrás el destierro. Es la esperanza hecha realidad con el retorno a su tierra. Este es un mensaje actual para muchos de nuestros pueblos que hoy para poner las esperanzas en Yahvé y caminar del sufrimiento al gozo. El mensaje es un regalo que nos fortalece y anima.

La carta de Pablo a los romanos, es considerada su testamento espiritual.

El fragmento de hoy se relaciona con la 1ª lectura: los cristianos tenemos el Espíritu que el Señor prometió desde los tiempos del exilio. 

Ya no somos de la “carne”: el pecado, el egoísmo estéril, o la codicia desenfrenada. Somos del Espíritu y vivimos: en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como Cristo, para eso Él nos dio su Espíritu plenamente, sin medida. 

Y si el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios, cada día.

El evangelio presenta en la resurrección de Lázaro[1] (“Dios le ayuda”), el último de los siete “signos” realizados por Jesús, para manifestar “la gloria de Dios”. Con su vida y obras, Jesús nos revela al Padre. Su fe es confiada, lo muestra en la oración que dirige al Padre: “Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas”. Sabe que el Padre está con él y no le defrauda, manifiesta esta confianza aun antes de hacer el signo.  Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte, Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara en público que Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que los vivos que crean en Él no morirán para siempre. La fe de los discípulos, pasa por un proceso de crecimiento. Lo muestra en los diálogos que tienen Jesús con   los doce y Martha y María. Por su palabra y su propia fe en el Padre, Jesús los va conduciendo de una fe imperfecta a una fe más sólida y fuerte. La fe de Marta[2] y María[3] es más limitada, ellas lo reconocen y lo lamentan, pero Jesús las lleva desde su limitación hacia una fe mayor. 

Marta sabe que su hermano resucitará al final de los tiempos; pero Jesús rompe todas sus creencias al revelarle que ya es una experiencia real, presente y que actúa por medio de él: “Yo soy la resurrección y la vida”. Esa experiencia presente y actuante se da en todos los que crean en él: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Jesús ayuda a Marta a dar el gran salto de fe cuando le pregunta: “¿Crees esto?”. 

En su respuesta: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Juan pone en sus labios otra gran confesión de fe, su fe mayor. Resucitando a Lázaro, Jesús revela que “el don de Dios” sobrepasa los cálculos humanos, actúa incluso cuando ya no hay esperanza (“Señor, huele mal, ya lleva cuatro días muerto”).  

Este “signo” culminante de Jesús derrama la gota que rompe la paciencia de los enemigos de Jesús, y por este milagro deciden matar a Jesús. Quizá por eso se usa esta lectura el último domingo antes de la semana santa. Este hecho, anticipa y completa el signo máximo que es la resurrección de Jesús. Para nosotros “vivir es morir”, cada día que vivimos es un día que morimos, un día menos de vida, un día más de nuestra vida que termina. 

Confesando nuestra fe en Jesús nos hacemos sus discípulos y a todo discípulo que cree en Él, le sucede hoy lo que le sucedió a Lázaro, encontramos vida nueva una y otra vez, no hay que esperar al final de los tiempos para resucitar. La fe cristiana es un camino de vida y esperanza donde el Espíritu Santo, desde el bautismo, nos identifica con Cristo que nos ha sacado de nuestras tumbas para que vivamos ya ahora como resucitados, a pesar de no saber o no poder expresar bien aquello en lo que “creemos”. 
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Oración
Dios, Padre Universal,
a Ti que desde siempre inspiras en los seres humanos
el deseo de felicidad plena que triunfe
incluso sobre la muerte y que sea “eterna”;
te pedimos humildemente que nos ayudes a ser coherentes
con esta fuerza interior que habita en nosotros
y a procurar la felicidad con los medios más honestos
y por el camino que sea más beneficioso para nosotros y para quienes nos rodean.
En unión con todos los hombres y mujeres de todas las religiones,
nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.
¡Amén!
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[1] Nombre derivado de Eleazar, (El=Yahvé y  Azar= ayuda) "Aquel al que Dios Ayuda" o "Aquel al que Dios socorre". Lázaro era amigo íntimo de Jesús que iba a su casa a descansar cuando viajaba a Jerusalén. Vivía con sus hermanas, Martha y María de Betania. Según el evangelio de San Juan, Jesús resucita a Lázaro después de 4 días de muerto. La tradición lo sitúa predicando hasta ser obispo de Marsella. Su Santo es el 17 de Diciembre.
[2] Marta, nombre femenino de origen arameo, que significa "señora". El evangelio describe a una Marta activa, comparada con el carácter más reposado de María. A Marta se la ve esperando al Señor y preparando las cosas que más le agradan; en la cena en Betania, Marta es quien sirve la mesa 6 días antes de la Pascua y en la resurrección de Lázaro Marta sale corriendo al encuentro de Jesús. Patrona de los hosteleros, lavanderos, escultores y del hogar. Su Santo se celebra el 29 de julio.
[3] María, nombre femenino de origen hebreo "maryam", su significado es "eminencia, excelsa, altura". 

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Lecturas en Lenguaje Latinoamericano para el Domingo 5º de Cuaresma, Ciclo A
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Ezequiel 37,12-14:
Les infundiré, mi espíritu, y vivirán
Así dice el Señor: "Yo mismo abriré sus sepulcros, y los haré salir de sus sepulcros, pueblo mío, y los traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra sus sepulcros y los saque de sus sepulcros, pueblo mío, sabrán que soy el Señor. Les infundiré mi espíritu, y vivirán; los colocaré en su tierra y sabrán que yo, el Señor, lo digo y lo hago." Oráculo del Señor.
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Salmo responsorial 129: 
Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. R.
R: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

 Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón, así infundes respeto. R.
R: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra;
mi alma guarda al Señor, más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora. R.
R: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

 Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa;
y él redimirá a Israel de todos sus delitos. R.
R: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

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Rom 8, 8-11:
El espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes
Hermanos: Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. 
Pero ustedes no están sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.  Pues bien, si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también sus cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en ustedes.
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Juan 11,1-45: Yo soy la resurrección y la vida
En aquel tiempo, Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: "Señor, tu amigo está enfermo." Jesús, al oírlo, dijo: "Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella." Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: "Vamos otra vez a Judea."

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.] 

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá." Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará." Marta respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día." Jesús le dice: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?" Ella le contestó: "Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo."

Jesús, sollozó y, muy conmovido, preguntó: "¿Donde lo han enterrado?" Le contestaron: "Señor, ven a verlo." Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: "¡Cómo lo quería!" Pero algunos dijeron: "Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?" Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: "Quiten la losa." Marta, la hermana del muerto, le dice: "Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días." Jesús le dice: "¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?" 

Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado." Y dicho esto, gritó con voz potente: "Lázaro, ven afuera." El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: "Desatadlo y dejadlo andar." Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
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