domingo, 26 de marzo de 2023

TOA - Domingo de Ramos, - Mt 26, 14-27. 66

Aceptando que Él estaba dispuesto a sufrir hasta la muerte para mostrarnos cómo nuestro Dios nos ama, Jesús revela su identidad como el Mesías y el Hijo de Dios; establece un nuevo tipo de monarquía basada en la aceptación de la voluntad de su Padre por encima de todos sus otros proyectos personales. Él es un rey que acepta sus limitaciones como ser humano, acepta y ama a todas las personas, especialmente a los pobres, lisiados y marginados. Hace de la acogida, el amor y la tolerancia su código de conducta y de gobierno.

Jesús nos da ejemplo de paciencia y fe en medio del sufrimiento; este sufrimiento que todos encontramos de un modo u otro en nuestro camino y es parte ineludible de nuestras vidas. A nadie nos gusta sufrir, y cuando nos toca vivirlo, unos le hacemos frente y lo superamos mejor que los otros que no lo aceptan como parte de sus vidas.

Él cargó con nuestros dolores y tristezas
Si realmente nos consideramos seguidores de Cristo, el texto de Isaías debería provocar una respuesta a la vez determinante y en paz desde el fondo interior de nosotros mismos. Estos textos del Antiguo testamento se aplican a Jesús, el Hijo único y amado de Dios que eligió libremente morir por todos nosotros. "Fue maltratado y él se humilló y no dijo nada, fue llevado cual cordero al matadero, como una oveja que permanece muda cuando la esquilan." (Is 53: 7).  

San Pedro nos dice que sin un sincero amor a Cristo, no somos verdaderos seguidores del Dios vivo. No podemos decir que lo amamos plenamente, hasta que no apreciemos y valoremos lo que él sufrió por nosotros. Para fortalecer nuestra fe, San Pedro nos recuerda que "Ustedes lo aman sin haberlo visto; ahora creen en él sin verlo, y nadie sabría expresar su alegría celestial al tener ya ahora eso mismo que pretende la fe, la salvación de sus almas." (1 Pe 1:8-9).

Después de escuchar el relato de la Pasión no es necesario explicar con gran detalle esos acontecimientos. Sí  debemos recordar que Cristo no fue ajeno a las dificultades, privaciones y sufrimiento, aún antes del día final de su vida. Siendo Divino, como dice San Pablo, del momento en que él vino a la tierra, Jesús se despojó de sí mismo, tomó la condición de esclavo y se hizo tan humano como nosotros (Fil 2, 6). 

Él, el gran Dios, sufrió las penurias de los pobres, a veces sin un lugar donde reclinar la cabeza. Soportó el hambre y la sed, y después de largos días presionado por la gente  en busca de salud, a menudo pasaba en los cerros muchas noches en oración.

A pesar de su compasión por todos los que venían a él, algunos lo odiaban y rechazaban, en especial los fariseos y sacerdotes, que planeaban matarlo. 
Este odio y el rechazo deben haber sido muy frustrante y doloroso para él. 
No es fácil ser rechazado por la gente del pueblo que se eligió entre todos los demás. 

¡Qué terrible debe haber sido la lucha interior de Jesús en el jardín de Getsemaní antes de enfrentarse a su muerte, que sus gotas de sudor se convirtieron en sangre y caían al suelo. Peor fue el saber que uno de su propio círculo de los doce le iba a traicionar; que la mayoría de los otros le dejaría; que incluso el leal San Pedro juraría tres veces que no lo conocía. Pero lo más terrible de todo era sentirse abandonado por Su Padre Dios, su espíritu interior se envolvió en una oscuridad que era el reflejo de la tenebrosa oscuridad que envolvería el Calvario cuando su fin se acercaba. "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" Mt 27, 46

Ese rostro tan cruelmente desfigurado era el del Hijo de Dios. La frente chorreando sangre, las manos y los pies clavados en la cruz, el cuerpo lacerado por los latigazos, el costado traspasado por la lanza: eran la frente, las manos y los pies, el costado del cuerpo santo de la Palabra eterna, hecha visible en Jesús. ¿Por qué tanto sufrimiento? Sólo podemos decir con Isaías: " Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado, y eran nuestras faltas por las que era destruido nuestros pecados, por los que era aplastado. El soportó el castigo que nos trae la paz y por sus llagas hemos sido sanados”. (53: 4-5).


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Lecturas en Lenguaje Latinoamericano  - Domingo de Ramos “De la pasión del Señor”


Procesión de las Palmas - Evangelio: Mt 21, 1-11
Cuando se aproximaban ya a Jerusalén, al llegar a Betfagé, junto al monte de los Olivos, envió Jesús a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan al pueblo que ven allí enfrente; al entrar, encontrarán amarrada una burra y un burrito con ella; desátenlos y tráiganmelos.
Si alguien les pregunta algo, díganle que el Señor los necesita y enseguida los devolverá”.

Esto sucedió para que se cumplieran las palabras del profeta: Díganle a la hija de Sión:
He aquí que tu rey viene a ti, apacible y montado en un burro, en un burrito,
hijo de animal de yugo.

Fueron, pues, los discípulos e hicieron lo que Jesús les había encargado y trajeron consigo la burra y el burrito. Luego pusieron sobre ellos sus mantos y Jesús se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendía sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de los árboles y las tendían a su paso. Los que iban delante de él y los que lo seguían gritaban: “¡Hosanna! ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!”

Al entrar Jesús en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. Unos decían: “¿Quién es éste?” Y la gente respondía: “Éste es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea”.
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La Misa

Primera Lectura: Is 50, 4-7

En aquel entonces, dijo Isaías: "El Señor me ha dado una lengua experta,
para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento.

Mañana tras mañana, el Señor despierta mi oído, para que escuche yo, como discípulo.
El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto resistencia
ni me he echado para atrás.

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba.
No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.

Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido,
por eso endurecí mi rostro como roca y sé que no quedaré avergonzado”.
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Salmo Responsorial: Salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24 - (2a)

Todos los que me ven, de mí se burlan; 
me hacen gestos y dicen:
“Confiaba en el Señor, pues que él lo salve;
si de veras lo ama, que lo libre”.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Los malvados me cercan por doquiera como rabiosos perros.
Mis manos y mis pies han taladrado
y se puedan contar todos mis huesos.
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Reparten entre sí mis vestiduras
y se juegan mi túnica a los dados.
Señor, auxilio mío, ven y ayudame,
no te quedes de mí tan alejado. R. 
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alábenlo;
glorificarlo, linaje de Jacob, 
témelo, estirpe de Israel. R. 
R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
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Segunda Lectura: Flp 2, 6-11

Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse
a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres.

Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte,
y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas
y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre,
para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla
en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente
que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
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Aclamación antes del Evangelio: Flp 2, 8-9.

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Cristo se humilló por nosotros
y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas
y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre.

R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
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Evangelio: Mt 26, 14–27, 66 

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: “¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?” Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo. 

El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús

y le preguntaron: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?”

Él respondió: “Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: ‘El Maestro dice:

Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa’ ”.
E
llos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua. 

Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce, y mientras cenaban, les dijo:
“Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme”. Ellos se pusieron muy tristes
y comenzaron a preguntarle uno por uno: “¿Acaso soy yo, Señor?”

Él respondió: “El que moja su pan en el mismo plato que yo, ése va a entregarme.

Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él;
pero ¡ay de aquel por quien 
el Hijo del hombre va a ser entregado!

Más le valiera a ese hombre no haber nacido”.

Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: “¿Acaso soy yo, Maestro?”
Jesús le respondió: “Tú lo has dicho”. 

Durante la cena, Jesús tomó un pan y, pronunciada la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen y coman. Éste es mi Cuerpo”. Luego tomó en sus manos una copa de vino y, pronunciada la acción de gracias, la pasó a sus discípulos, diciendo: “Beban todos de ella, porque ésta es mi Sangre, Sangre de la nueva alianza, que será derramada por todos, para el perdón de los pecados. Les digo que ya no beberé más del fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre”. 

Después de haber cantado el himno, salieron hacia el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: “Todos ustedes se van a escandalizar de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Pero después de que yo resucite, iré delante de ustedes a Galilea”. Entonces Pedro le replicó: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré”. Jesús le dijo: “Yo te aseguro que esta misma noche, antes de que el gallo cante, me habrás negado tres veces”. Pedro le replicó: “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré”. Y lo mismo dijeron todos los discípulos. 

Entonces Jesús fue con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a los discípulos: “Quédense aquí mientras yo voy a orar más allá”. Se llevó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: “Mi alma está llena de una tristeza mortal. Quédense aquí y velen conmigo”. Avanzó unos pasos más, se postró rostro en tierra y comenzó a orar, diciendo: “Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero que no se haga como yo quiero, sino como quieres tú”.

Volvió entonces a donde estaban los discípulos y los encontró dormidos. 

Dijo a Pedro: “¿No han podido velar conmigo ni una hora? Velen y oren, para no caer en la tentación, porque el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. Y alejándose de nuevo, se puso a orar, diciendo: “Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”. Después volvió y encontró a sus discípulos otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados de sueño. Los dejó y se fue a orar de nuevo, por tercera vez, repitiendo las mismas palabras. Después de esto, volvió a donde estaban los discípulos y les dijo: “Duerman ya y descansen. He aquí que llega la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya está aquí el que me va a entregar”. 

Todavía estaba hablando Jesús, cuando llegó Judas, uno de los Doce, seguido de una chusma numerosa con espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El que lo iba a entregar les había dado esta señal: “Aquel a quien yo le dé un beso, ése es. 

Aprehéndanlo”. Al instante se acercó a Jesús y le dijo: “¡Buenas noches, Maestro!” Y lo besó. Jesús le dijo: “Amigo, ¿es esto a lo que has venido?” Entonces se acercaron a Jesús, le echaron mano y lo apresaron. 

Uno de los que estaban con Jesús, sacó la espada, hirió a un criado del sumo sacerdote y le cortó una oreja. Le dijo entonces Jesús: “Vuelve la espada a su lugar, pues quien usa la espada, a espada morirá. ¿No crees que si yo se lo pidiera a mi Padre, él pondría ahora mismo a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Pero, ¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras, que dicen que así debe suceder?” Enseguida dijo Jesús a aquella chusma:
“¿Han salido ustedes a apresarme como a un bandido, con espadas y palos?
Todos los días yo enseñaba, sentado en el templo, y no me aprehendieron.
Pero todo esto ha sucedido para que se cumplieran las predicciones de los profetas”. Entonces todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
 

Los que aprehendieron a Jesús lo llevaron a la casa del sumo sacerdote Caifás, donde los escribas y los ancianos estaban reunidos. Pedro los fue siguiendo de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote. Entró y se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. 

Los sumos sacerdotes y todo el sanedrín andaban buscando un falso testimonio contra Jesús, con ánimo de darle muerte; pero no lo encontraron, aunque se presentaron muchos testigos falsos. Al fin llegaron dos, que dijeron: “Éste dijo: ‘Puedo derribar el templo de Dios y reconstruirlo en tres días’ ”. Entonces el sumo sacerdote se levantó y le dijo: “¿No respondes nada a lo que éstos atestiguan en contra tuya?” Como Jesús callaba, el sumo sacerdote le dijo: “Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”. Jesús le respondió: “Tú lo has dicho. Además, yo les declaro que pronto verán al Hijo del hombre, sentado a la derecha de Dios, venir sobre las nubes del cielo”. 

Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: “¡Ha blasfemado! ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les parece?” Ellos respondieron: “Es reo de muerte”. Luego comenzaron a escupirle en la cara y a darle de bofetadas. Otros lo golpeaban, diciendo: “Adivina quién es el que te ha pegado”. 

Entretanto, Pedro estaba fuera, sentado en el patio. Una criada se le acercó y le dijo: “Tú también estabas con Jesús, el galileo”. Pero él lo negó ante todos, diciendo: “No sé de qué me estás hablando”. Ya se iba hacia el zaguán, cuando lo vio otra criada y dijo a los que estaban ahí: “También ése andaba con Jesús, el nazareno”. Él de nuevo lo negó con juramento: “No conozco a ese hombre”. Poco después se acercaron a Pedro los que estaban ahí y le dijeron: “No cabe duda de que tú también eres de ellos, pues hasta tu modo de hablar te delata”. Entonces él comenzó a echar maldiciones y a jurar que no conocía a aquel hombre. Y en aquel momento cantó el gallo. Entonces se acordó Pedro de que Jesús había dicho: ‘Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces’.
Y saliendo de ahí se soltó a llorar amargamente.
 

Llegada la mañana, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo
celebraron consejo contra Jesús para darle muerte.
Después de atarlo, lo llevaron ante el procurador, Poncio Pilato, y se lo entregaron.

Entonces Judas, el que lo había entregado, viendo que Jesús había sido condenado a muerte, devolvió arrepentido las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “Pequé, entregando la sangre de un inocente”.
Ellos dijeron: “¿Y a nosotros qué nos importa? Allá tú”.
Entonces Judas arrojó las monedas de plata en el templo, se fue y se ahorcó.
 

Los sumos sacerdotes tomaron las monedas de plata y dijeron:
“No es lícito juntarlas con el dinero de las limosnas, porque son precio de sangre”.
Después de deliberar, compraron con ellas el Campo del alfarero,
para sepultar ahí a los extranjeros.
Por eso aquel campo se llama hasta el día de hoy “Campo de sangre”.
Así se cumplió lo que dijo el profeta Jeremías: Tomaron las treinta monedas de plata en que fue tasado aquel a quien pusieron precio algunos hijos de Israel, y las dieron por el Campo del alfarero, según lo que me ordenó el Señor.
 

Jesús compareció ante el procurador, Poncio Pilato, quien le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús respondió: “Tú lo has dicho”. Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y los ancianos. Entonces le dijo Pilato: “¿No oyes todo lo que dicen contra ti?” Pero él nada respondió, hasta el punto de que el procurador se quedó muy extrañado. Con ocasión de la fiesta de la Pascua, el procurador solía conceder a la multitud la libertad del preso que quisieran. Tenían entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Dijo, pues, Pilato a los ahí reunidos: “¿A quién quieren que les deje en libertad: a Barrabás o a Jesús, que se dice el Mesías?” Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia. 

Estando él sentado en el tribunal, su mujer mandó decirle: “No te metas con ese hombre justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa”. 

Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la muchedumbre de que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Así, cuando el procurador les preguntó: “¿A cuál de los dos quieren que les suelte?” Ellos respondieron: “A Barrabás”. Pilato les dijo: “¿Y qué voy a hacer con Jesús, que se dice el Mesías?” Respondieron todos: “Crucifícalo”. Pilato preguntó: “Pero, ¿qué mal ha hecho?” Mas ellos seguían gritando cada vez con más fuerza: “¡Crucifícalo!” Entonces Pilato, viendo que nada conseguía y que crecía el tumulto, pidió agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: “Yo no me hago responsable de la muerte de este hombre justo. Allá ustedes”. Todo el pueblo respondió: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás. En cambio a Jesús lo hizo azotar y lo entregó para que lo crucificaran.

Los soldados del procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a todo el batallón. Lo desnudaron, le echaron encima un manto de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza; le pusieron una caña en su mano derecha y, arrodillándose ante él, se burlaban diciendo: “¡Viva el rey de los judíos!”, y le escupían. Luego, quitándole la caña, lo golpeaban con ella en la cabeza. Después de que se burlaron de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificar.

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz.
Al llegar a un lugar llamado Gólgota, es decir, “Lugar de la Calavera”,
le dieron a beber a Jesús vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no lo quiso beber.
Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos, echando suertes,
y se quedaron sentados ahí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron por escrito
la causa de su condena: ‘Éste es Jesús, el rey de los judíos’.
Juntamente con él, crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Los que pasaban por ahí lo insultaban moviendo la cabeza y gritándole: “Tú, que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz”. También se burlaban de él los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, diciendo: “Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios, que Dios lo salve ahora, si es que de verdad lo ama, pues él ha dicho: ‘Soy el Hijo de Dios’ ”. Hasta los ladrones que estaban crucificados a su lado lo injuriaban.

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, se oscureció toda aquella tierra.
Y alrededor de las tres, Jesús exclamó con fuerte voz: “Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?”,
que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Algunos de los presentes, al oírlo, decían: “Está llamando a Elías”.

Enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y sujetándola a una caña, le ofreció de beber. Pero los otros le dijeron: “Déjalo.
Vamos a ver si viene Elías a salvarlo”. Entonces Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró.

Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes. 

Entonces el velo del templo se rasgó en dos partes, de arriba a abajo, la tierra tembló y las rocas se partieron. Se abrieron los sepulcros y resucitaron muchos justos que habían muerto, y después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron
a mucha gente. Por su parte, el oficial y los que estaban con él custodiando a Jesús,
al ver el terremoto y las cosas que ocurrían, se llenaron de un gran temor y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”.
 

Estaban también allí, mirando desde lejos, muchas de las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirlo. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo. 

Al atardecer, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que se había hecho también discípulo de Jesús. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús,
y Pilato dio orden de que se lo entregaran.
José tomó el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en un sepulcro nuevo, que había hecho excavar en la roca para sí mismo.
Hizo rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro y se retiró.
Estaban ahí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro.
 

Al otro día, el siguiente de la preparación de la Pascua, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato y le dijeron: “Señor, nos hemos acordado de que ese impostor, estando aún en vida, dijo: ‘A los tres días resucitaré’. Manda, pues, asegurar el sepulcro hasta el tercer día; no sea que vengan sus discípulos, lo roben y digan luego al pueblo: ‘Resucitó de entre los muertos’, porque esta última impostura sería peor que la primera”. Pilato les dijo: “Tomen un pelotón de soldados, vayan y aseguren el sepulcro como ustedes quieran”. Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, poniendo un sello sobre la puerta y dejaron ahí la guardia.

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O bien: Mt 27, 11-54

Jesús compareció ante el procurador, Poncio Pilato, quien le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Jesús respondió: “Tú lo has dicho”. Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y los ancianos. Entonces le dijo Pilato: “¿No oyes todo lo que dicen contra ti?” Pero él nada respondió, hasta el punto de que el procurador se quedó muy extrañado. Con ocasión de la fiesta de la Pascua, el procurador solía conceder a la multitud la libertad del preso que quisieran.

Tenían entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Dijo, pues, Pilato a los ahí reunidos: “¿A quién quieren que les deje en libertad: a Barrabás o a Jesús, que se dice el Mesías?” Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia. 

Estando él sentado en el tribunal, su mujer mandó decirle: “No te metas con ese hombre justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa”. 

Mientras tanto, los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la muchedumbre de que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Así, cuando el procurador les preguntó: “¿A cuál de los dos quieren que les suelte?” Ellos respondieron: “A Barrabás”. Pilato les dijo: “¿Y qué voy a hacer con Jesús, que se dice el Mesías?” Respondieron todos: “Crucifícalo”. Pilato preguntó: “Pero, ¿qué mal ha hecho?” Mas ellos seguían gritando cada vez con más fuerza: “¡Crucifícalo!” Entonces Pilato, viendo que nada conseguía y que crecía el tumulto, pidió agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: “Yo no me hago responsable de la muerte de este hombre justo. Allá ustedes”. Todo el pueblo respondió: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” Entonces Pilato puso en libertad a Barrabás. En cambio a Jesús lo hizo azotar y lo entregó para que lo crucificaran. 

Los soldados del procurador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a todo el batallón. Lo desnudaron, le echaron encima un manto de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza; le pusieron una caña en su mano derecha y, arrodillándose ante él, se burlaban diciendo: “¡Viva el rey de los judíos!”, y le escupían. Luego, quitándole la caña, lo golpeaban con ella en la cabeza. Después de que se burlaron de él, le quitaron el manto, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificar.

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo obligaron a llevar la cruz. Al llegar a un lugar llamado Gólgota, es decir, “Lugar de la Calavera”, le dieron a beber a Jesús vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos, echando suertes, y se quedaron sentados ahí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron por escrito la causa de su condena: ‘Éste es Jesús, el rey de los judíos’. Juntamente con él, crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. 

Los que pasaban por ahí lo insultaban moviendo la cabeza y gritándole: “Tú, que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz”. También se burlaban de él los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, diciendo: “Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. Si es el rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios, que Dios lo salve ahora, si es que de verdad lo ama, pues él ha dicho: ‘Soy el Hijo de Dios’ ”. Hasta los ladrones que estaban crucificados a su lado lo injuriaban.

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde, se oscureció toda aquella tierra. Y alrededor de las tres, Jesús exclamó con fuerte voz: “Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?”, que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Algunos de los presentes, al oírlo, decían: “Está llamando a Elías”. 

Enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y sujetándola a una caña, le ofreció de beber. Pero los otros le dijeron: “Déjalo. Vamos a ver si viene Elías a salvarlo”. Entonces Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró.

Aquí todos se arrodillan y guardan silencio por unos instantes. 

Entonces el velo del templo se rasgó en dos partes, de arriba a abajo, la tierra tembló y las rocas se partieron. Se abrieron los sepulcros y resucitaron muchos justos que habían muerto, y después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a mucha gente. Por su parte, el oficial y los que estaban con él custodiando a Jesús, al ver el terremoto

las cosas que ocurrían, se llenaron de un gran temor y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”.
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OREMOS
Querido Padre, mientras reflexiono la narración de la Pasión, 
ayúdame a encontrarle sentido al sacrificio de tu Hijo.
Que al recorrer la historia de la pasión de tu Hijo,
 pueda ver revelado tu amor infinito por nosotros.
Que lo que encuentre en ella me ayude a afrontar mejor 
el sufrimiento, el fracaso y el rechazo.
Que pueda encontrar un mensaje de vida 
para que fortalecido pueda hacer frente a las dificultades de la vida de hoy.

Hermoso Dios, Padre nuestro, 
haz que el sufrimiento de Tu Hijo por nosotros no sea en vano.
¡Amén!

sábado, 25 de marzo de 2023

TOA - 5to. Domingo de Cuaresma - Yo soy Resurrección y Vida - Jn 11,1-45

La peor desgracia de un desplazado es morir lejos del paisaje familiar, de la tierra y suelo patrio. 
Duele más cuando los seres queridos muere en suelo extranjero, el de tener que sepultarlos entre extraños. 

Yahvé habla por la voz del profeta Ezequiel y consuela al pueblo sufriente. A los desterrados en Babilonia les reafirma que los ha llamado a una existencia totalmente nueva. El Espíritu de Yahvé reconstruirá su realidad, los pondrá de pie, caminará con ellos en sus sueños y proyectos y les dará la paz y la grandeza solo porque los ama demasiado. Por ese amor, Yahvé abrirá los sepulcros de Israel y dará una nueva vida. 

Es una “resurrección” que deja atrás el destierro. Es la esperanza hecha realidad con el retorno a su tierra. Este es un mensaje actual para muchos de nuestros pueblos que hoy para poner las esperanzas en Yahvé y caminar del sufrimiento al gozo. El mensaje es un regalo que nos fortalece y anima.

La carta de Pablo a los romanos, es considerada su testamento espiritual.

El fragmento de hoy se relaciona con la 1ª lectura: los cristianos tenemos el Espíritu que el Señor prometió desde los tiempos del exilio. 

Ya no somos de la “carne”: el pecado, el egoísmo estéril, o la codicia desenfrenada. Somos del Espíritu y vivimos: en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como Cristo, para eso Él nos dio su Espíritu plenamente, sin medida. 

Y si el Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos resucitará a nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios, cada día.

El evangelio presenta en la resurrección de Lázaro[1] (“Dios le ayuda”), el último de los siete “signos” realizados por Jesús, para manifestar “la gloria de Dios”. Con su vida y obras, Jesús nos revela al Padre. Su fe es confiada, lo muestra en la oración que dirige al Padre: “Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas”. Sabe que el Padre está con él y no le defrauda, manifiesta esta confianza aun antes de hacer el signo.  Según Juan, antes de enfrentarse a la muerte, Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara en público que Él es la resurrección y la vida, que los muertos por la fe en Él revivirán, que los vivos que crean en Él no morirán para siempre. La fe de los discípulos, pasa por un proceso de crecimiento. Lo muestra en los diálogos que tienen Jesús con   los doce y Martha y María. Por su palabra y su propia fe en el Padre, Jesús los va conduciendo de una fe imperfecta a una fe más sólida y fuerte. La fe de Marta[2] y María[3] es más limitada, ellas lo reconocen y lo lamentan, pero Jesús las lleva desde su limitación hacia una fe mayor. 

Marta sabe que su hermano resucitará al final de los tiempos; pero Jesús rompe todas sus creencias al revelarle que ya es una experiencia real, presente y que actúa por medio de él: “Yo soy la resurrección y la vida”. Esa experiencia presente y actuante se da en todos los que crean en él: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”. Jesús ayuda a Marta a dar el gran salto de fe cuando le pregunta: “¿Crees esto?”. 

En su respuesta: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Juan pone en sus labios otra gran confesión de fe, su fe mayor. Resucitando a Lázaro, Jesús revela que “el don de Dios” sobrepasa los cálculos humanos, actúa incluso cuando ya no hay esperanza (“Señor, huele mal, ya lleva cuatro días muerto”).  

Este “signo” culminante de Jesús derrama la gota que rompe la paciencia de los enemigos de Jesús, y por este milagro deciden matar a Jesús. Quizá por eso se usa esta lectura el último domingo antes de la semana santa. Este hecho, anticipa y completa el signo máximo que es la resurrección de Jesús. Para nosotros “vivir es morir”, cada día que vivimos es un día que morimos, un día menos de vida, un día más de nuestra vida que termina. 

Confesando nuestra fe en Jesús nos hacemos sus discípulos y a todo discípulo que cree en Él, le sucede hoy lo que le sucedió a Lázaro, encontramos vida nueva una y otra vez, no hay que esperar al final de los tiempos para resucitar. La fe cristiana es un camino de vida y esperanza donde el Espíritu Santo, desde el bautismo, nos identifica con Cristo que nos ha sacado de nuestras tumbas para que vivamos ya ahora como resucitados, a pesar de no saber o no poder expresar bien aquello en lo que “creemos”. 
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Oración
Dios, Padre Universal,
a Ti que desde siempre inspiras en los seres humanos
el deseo de felicidad plena que triunfe
incluso sobre la muerte y que sea “eterna”;
te pedimos humildemente que nos ayudes a ser coherentes
con esta fuerza interior que habita en nosotros
y a procurar la felicidad con los medios más honestos
y por el camino que sea más beneficioso para nosotros y para quienes nos rodean.
En unión con todos los hombres y mujeres de todas las religiones,
nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.
¡Amén!
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[1] Nombre derivado de Eleazar, (El=Yahvé y  Azar= ayuda) "Aquel al que Dios Ayuda" o "Aquel al que Dios socorre". Lázaro era amigo íntimo de Jesús que iba a su casa a descansar cuando viajaba a Jerusalén. Vivía con sus hermanas, Martha y María de Betania. Según el evangelio de San Juan, Jesús resucita a Lázaro después de 4 días de muerto. La tradición lo sitúa predicando hasta ser obispo de Marsella. Su Santo es el 17 de Diciembre.
[2] Marta, nombre femenino de origen arameo, que significa "señora". El evangelio describe a una Marta activa, comparada con el carácter más reposado de María. A Marta se la ve esperando al Señor y preparando las cosas que más le agradan; en la cena en Betania, Marta es quien sirve la mesa 6 días antes de la Pascua y en la resurrección de Lázaro Marta sale corriendo al encuentro de Jesús. Patrona de los hosteleros, lavanderos, escultores y del hogar. Su Santo se celebra el 29 de julio.
[3] María, nombre femenino de origen hebreo "maryam", su significado es "eminencia, excelsa, altura". 

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Lecturas en Lenguaje Latinoamericano para el Domingo 5º de Cuaresma, Ciclo A
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Ezequiel 37,12-14:
Les infundiré, mi espíritu, y vivirán
Así dice el Señor: "Yo mismo abriré sus sepulcros, y los haré salir de sus sepulcros, pueblo mío, y los traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra sus sepulcros y los saque de sus sepulcros, pueblo mío, sabrán que soy el Señor. Les infundiré mi espíritu, y vivirán; los colocaré en su tierra y sabrán que yo, el Señor, lo digo y lo hago." Oráculo del Señor.
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Salmo responsorial 129: 
Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. R.
R: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

 Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón, así infundes respeto. R.
R: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra;
mi alma guarda al Señor, más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora. R.
R: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

 Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa;
y él redimirá a Israel de todos sus delitos. R.
R: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

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Rom 8, 8-11:
El espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes
Hermanos: Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. 
Pero ustedes no están sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.  Pues bien, si Cristo está en ustedes, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también sus cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en ustedes.
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Juan 11,1-45: Yo soy la resurrección y la vida
En aquel tiempo, Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: "Señor, tu amigo está enfermo." Jesús, al oírlo, dijo: "Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella." Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: "Vamos otra vez a Judea."

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.] 

Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá." Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará." Marta respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día." Jesús le dice: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?" Ella le contestó: "Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo."

Jesús, sollozó y, muy conmovido, preguntó: "¿Donde lo han enterrado?" Le contestaron: "Señor, ven a verlo." Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: "¡Cómo lo quería!" Pero algunos dijeron: "Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?" Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: "Quiten la losa." Marta, la hermana del muerto, le dice: "Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días." Jesús le dice: "¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?" 

Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado." Y dicho esto, gritó con voz potente: "Lázaro, ven afuera." El muerto salió, los pies y las manos atadas con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: "Desatadlo y dejadlo andar." Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
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TOA - 4to. Domingo de Cuaresma, Volvio a ver - Juan 9, 1-41

1Samuel 16, 1b.6-7.10-13ª: David es ungido rey de Israel
Saber quién era enviado por Dios y actuaba según su voluntad es un problema antiguo. Muchos tenían habilidades físicas, astucia, sabiduría o profunda religiosidad y no era fácil saber quién quería liderar solo por poder. En la primera lectura vemos al profeta Samuel, movido por el Espíritu de Dios, buscando un líder para guiar al pueblo y enfrentar a los filisteos. Elige a Saúl, un muchacho de buena familia y de buen aspecto físico. Los hebreos lo apoyan de inmediato, pero muy pronto se convirtió en un tirano insoportable. Sus constantes cambios de conducta atentan contra la seguridad Hebrea, Samuel lo pensó solucionar ungiendo un nuevo rey. La unción profética legitimaba la acción de un nuevo líder ‘salvador’ del pueblo y era común la idea de que el ‘líder salvador’ debía designarlo un profeta reconocido. La unción de los caudillos de Israel se volvió un símbolo de esperanza en un futuro mejor, acorde con los planes de Dios.


Juan 9, 1-41: Fue, se lavó, y volvió con vista
En tiempos de Jesús, el pueblo de Dios de Palestina se preguntó lo mismo: ¿cómo saber si Jesús era ungido del Señor? Jesús conoció a Juan Bautista, retomó su predicación, pero se dudaba de él por su origen humilde, su modo tan diferente de interpretar la ley y su poca conexión con el templo y sus rituales. Por sus prejuicios culturales y sociales, muchos no lo aceptan como un profeta ungido del Señor. La comunidad cristiana proclamó la legitimidad de la misión de Jesús diciendo que solo quien conoce la obra del Nazareno, su gran amor por la vida, su dedicación a los pobres, su predicación del reinado de Dios; lo reconoce como el “ungido”, el “Mesías” (en hebreo), o el “Cristo” (en griego).

Las enfermedades y limitaciones físicas, eran una terrible marca social y religiosa, por eso, las ‘señales y prodigios’ de Jesús entre la gente pobre causaban gran impacto y la envidia de sus opositores. Algunos veían en sus sanaciones la labor de un curandero. Sus discípulos, en cambio, comprendían todo su valor liberador y salvífico, no remediaba solo las limitaciones humanas, sino devolvía toda la dignidad a la persona.
Quien recupera la visión descubre que su problema no era un castigo de Dios por los pecados de sus antepasados, ni una prueba del destino. Pasa de la desesperación a la fe y descubre en Jesús al profeta, al ungido del Señor. El problema no era su limitación visual, sino la terrible carga de desprecio que la cultura le imponía. Jesús lo libera del peso de la marginación social y lo lleva hacia una comunidad que lo aceptan por lo que él es. Lo libra de las etiquetas que los prejuicios sociales le habían impuesto.

Este pasaje del evangelio de gran belleza literaria, relata un drama entre: los vecinos, el ciego limosnero, los fariseos piadosos y cumplidores de la ley, las altas autoridades religiosas judías del tiempo de Jesús, los padres del ciego y el ciego que es el centro. Juan enfatiza la ceguera especial de las autoridades religiosas para admitir el milagro de Jesús. Los más lúcidos resultan los más ciegos. ¿Se parece en algo a nuestras autoridades, a nosotros?

No creen que un simple hombre como Jesús pueda obrar esas maravillas, menos en sábado, día sagrado de descanso obligatorio para los fariseos; y menos aún obrado a un ciego pobretón y limosnero de una de las puertas de la ciudad. Los vecinos, los fariseos, los jefes del templo acosan al ciego que ahora ve. Jesús lo busca y se solidariza con el ex ciego expulsado de la sinagoga.


En este nuevo encuentro con Jesús el ciego “ve plenamente”, no sólo la luz, sino la «gloria» de Dios. Reconoce en él al Hijo de Dios, al enviado definitivo, el Señor digno de ser adorado. Jesús trae un mensaje nuevo, amoroso y justo: enjuicia al mundo y lo pone al revés: los que veían no ven, y los que no veían ven. ¿Y qué es lo que hay que ver? A Jesús. Él es la luz que ilumina.

Es una “confesión de fe”, lleno de gozo y de amor. Jesús ha venido a “abrir un juicio”. Su vida y su testimonio nos emplazan y desafían a mostrarlo en nuestra vida, sin fanatismos ni exclusivismos farisaicos, seguros que la misma manifestación de Dios se da en otros lugares, en otras religiones, a través de tantos otros mediadores, con la misma alegría, el mismo amor y el mismo convencimiento. Jesús devuelve la condición humana al ciego, lo incluye en el nuevo Reino, también lo hace con nosotros cuando lo buscamos, cuando nos dejamos encontrar, cuando queremos verle presente en los demás.


Oración:
Tú, Señor, que nos abres los ojos para que descubramos
la hermosura de la creación y la grandeza de tu amor,
ayúdanos a colaborar contigo para que todas las personas
puedan alegrarse en su vida al ver tu luz.
Nosotros te lo pedimos por Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro.
Amén
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Lecturas En lenguaje Latinoamericano para el 4º Domingo de Cuaresma, ciclo A

1Samuel 16, 1b.6-7.10-13ª: David es ungido rey de Israel
En aquellos días, el Señor le dijo a Samuel: "Llena la cuerna de aceite y vete, por encargo mío, a Jesé, el de Belén, porque entre sus hijos me he elegido un rey." Cuando llegó, vio a Eliab y pensó: "Seguro, el Señor tiene delante a su ungido." Pero el Señor le dijo: "No te fijes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia; el Señor ve el corazón." Jesé hizo pasar a siete hijos suyos ante Samuel; y Samuel le dijo: "Tampoco a éstos los ha elegido el Señor." Luego preguntó a Jesé: "¿Se acabaron los muchachos?" Jesé respondió: "Queda el pequeño, que precisamente está cuidando las ovejas." Samuel dijo: "Manda por él, que no nos sentaremos a la mesa mientras no llegue." Jesé mandó a por él y lo hizo entrar: era de buen color, de hermosos ojos y buen tipo. Entonces el Señor dijo a Samuel: "Anda, úngelo, porque es éste." Samuel tomó la cuerna de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos. En aquel momento, invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.


Salmo responsorial 22: "Versión de Nico Montero" - España (Interpreta, Leo Barraza - Lima).


El Señor es mi Pastor, Interpreta: Leo Barraza
Para escuchar, haga click en la imagen
EL Señor es mi pastor, nada me falta: EL Señor es mi pastor.
EL Señor es mi pastor, nada me falta: EL Señor es mi pastor.
En praderas reposa mi alma, en su agua descansa mi sed
EL me guía por senderos justos, por amor, por amor a su nombre.
Aunque pase por valles oscuros, ningún mal, ningún mal temeré,
porque se que EL Señor va conmigo, su cayado sostiene mi fe.
EL Señor es mi pastor, nada me falta: EL Señor es mi pastor.
EL Señor es mi pastor, nada me falta: EL Señor es mi pastor.
TU preparas por una mesa ante mí, frente a aquellos que buscan mi mal;
con aceite me ungiste Señor, y mi copa rebosa de TI.
Gloria a Dios, Padre omnipotente, y su Hijo, Jesús EL Señor
y al Espíritu que habita en el mundo, por los siglos eternos, Amén.
EL Señor es mi pastor, nada me falta: EL Señor es mi pastor.
EL Señor es mi pastor, nada me falta: EL Señor es mi pastor.



Efesios 5, 8-14: Levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz
Hermanos: en otro tiempo ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Pórtense como hijos de la luz, con bondad, con justicia y según la verdad, pues ésos son los frutos de la luz. Busquen lo que agrada al Señor.

No tomen parte en las obras de las tinieblas, donde no hay nada que cosechar; al contrario, denúncienlas. Sólo decir lo que esa gente hace a escondidas da vergüenza; pero al ser denunciado por la luz se vuelve claro, y lo que se ha aclarado llegará incluso a ser luz. Por eso se dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y la luz de Cristo brillará sobre ti.»


Juan 9, 1-41: Fue, se lavó, y volvió con vista
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado." Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: "¿No es ése el que se sentaba a pedir?" Unos decían: "El mismo." Otros decían: "No es él, pero se le parece." Él respondía: "Soy yo."

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: "Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo." Algunos de los fariseos comentaban: "Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado." Otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?" Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?" Él contestó: "Que es un profeta."

Le replicaron: "desdichado, naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?" Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?" Él contestó: "¿Y quién es, Señor, para que crea en él?" Jesús les dijo: "Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es." Él dijo: "Creo, señor." Y se postró ante él.

jueves, 2 de marzo de 2023

TOA - 3er. Domingo de Cuaresma, Dame de Beber - Jn 4,5-42


Los textos en la liturgia son como una poesía o una imagen simbólica: cada comunidad puede abordarlos libremente, desde recuerdos y sugerencias de acción distintos. Aquí los compartimos desde esta espiritualidad latinoamericana, no por un modo geográfico-material, sino desde una «geografía espiritual»...

Ex 17,3-7: Danos agua de beber
La primera lectura (Ex 17,3-7) habla de uno de los momentos más críticos de la marcha de Israel en el desierto. El pueblo sufre a causa de la sed que padece y se rebela contra Moisés, creen que el desierto es su situación definitiva piensan que morirán allí. No ven más allá, han perdido de vista la meta a la que se dirigen y, a causa de la sed, el miedo y el cansancio, también han olvidado todo lo que Dios ha hecho por ellos. Por lo grave de la situación quieren “apedrear” a Moisés (v. 4). Eso demuestra que Israel, aunque salió de Egipto, carga en su corazón las estructuras irracionales y agresivas del opresor egipcio. Confía más en la violencia que en la fuerza de Dios. En medio de la tentación y prueba del desierto, Israel tendrá que pasar para siempre de la idolatría a la fe verdadera, de la mentalidad violenta del opresor a la actitud creyente fundada en la confianza en Dios. Entonces, surgirá su humanidad nueva y un nuevo modo de relacionarse entre las personas.
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Rom 5, 1-2.5-8: El amor ha sido derramado en nosotros con el Espíritu que se nos ha dado
El texto del 5, 1-2.5-8 de la carta de San Pablo a Los Romanos inician la segunda parte de la Carta. La primera parte enfatiza la justicia de Dios (Rom 1-4) La segunda detalla el predominio del amor (Rom 5-8). Pablo describe a la persona  “justificada” por Dios desde la situación de gracia en la que se encuentra. Por pura gratuidad, la persona ha iniciado una “justa” relación con Dios. Está reconciliada con Dios, y en una situación de paz y de esperanza: una paz que supera toda tribulación y una esperanza activa que en verdad transforma el presente. Todo gracia es recibida por medio de “nuestro Señor Jesucristo”. No debemos vanagloriarnos por los logros ni poner el orgullo en el mérito de nuestras obras, sino en “la esperanza de la gloria de Dios”, en las tribulaciones que lo robustecen, en Dios mismo.


Jn 4,5-42: Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna
El texto del evangelio de Juan que comentamos hoy es el del encuentro de Jes
ús con la samaritana, ocupa casi todo el capítulo cuarto. El de Juan no es un evangelio sinóptico. No es un texto narrativo, ni histórico sino simbólico porque usa símbolos para interpretar la realidad: «Yo soy la vid», dice Jesús en Juan; no yo soy como la vid. O yo soy la vid verdadera, las demás vides que dan uvas no son verdaderas. Yo soy el Pan verdadero: el resto de los panes son incompletos. Yo tengo el agua verdadera, la de la vida eterna; la del H2O, tal vez no quita la sed. Jesús sacia, llena, calma. Los textos Juánicos tienen un estilo literario simbólico, no narran las conversaciones tal como fueron, sino son composiciones teológicas, con intenciones profundas y a veces difíciles de detectar. Vienen del mundo ideológico y mental de Juan, son distintas de las nuestras y deben ser interpretadas con cuidado para evitar conclusiones erradas.

Las migraciones y la facilidad en la comunicación, hacen que todas las religiones que por milenios vivieron aisladas, distantes, y cada una podía pensarse como la única se encuentren hoy a diario con las demás. El contexto de Jesús no fue religiosamente plural, como el nuestro. Tenía que pasar por Samaria si viajaba  entre Galilea y Jerusalén. En este pasaje simbólico de Juan vemos el comportamiento de Jesús frente a este pueblo que no vivía propiamente otra religión, pero era considerado como hereje, cismático y  distante. Cuando Jesús dialoga con la samaritana por propia iniciativa lo hace interreligiosamente. Juan no lo presenta a la defensiva o sólo respondiendo. La iniciativa, el acercamiento al diálogo es de Jesús. Lo hace desde una «teología pluralista de las religiones», abierta y receptiva. Porque está seguro en lo que cree, porque ve más allá de las limitaciones sociales es que dialoga sin temor, con entera confianza y libertad.

A la pregunta: «¿Dónde hay que adorar, en Jerusalén o en Garitzín?», que busca saber cuál es la religión verdadera Jesús responde diciendo que ni Jerusalén ni Gartizín son opciones inválidas (religiones falsas); dice que quien quiera ir más al fondo (los verdaderos adoradores) lo harán en cualquier lugar, no desde una religión específica sino «en espíritu y en verdad», desde la «religación» profunda. Con esta respuesta revolucionaria dice que: las religiones son relativas, hay algo más allá de ellas. No hay «una religión absoluta», a la que todas las demás deban someterse. La única religiosidad absoluta (la “única religación verdadera) es la «adoración en espíritu y en verdad», por encima de una u otra religión.

El teólogo Thomas Sheehan dice que la novedad de Jesús es la abolición de todas las religiones para poder redescubrir nuestra relación con Dios (religación) en el mismo proceso de la creación y de la vida, en la historia. Recordemos que Jesús no “fundó” la Iglesia (ésta se fundó después, y se fundó en Jesús). Jesús vivió y murió judío. Nunca pensó fundar otra religión, sino en todo caso superarla. Hoy vivimos en medio de una grave crisis de las religiones y de las instituciones religiosas, tenemos una nueva y mejor oportunidad para entender y poner en práctica el mensaje de Jesús. Volviéndonos al verdadero Jesús podremos reflexionar y discernir con humildad, y a buscar con paciencia la verdadera religación.

Religión y religación son distintos. Religación es el vínculo o la relación del hombre con la trascendencia, es la unión con lo divino. Las religiones, son formas concretas y diferentes de hacer el vincula y varían según la época de la historia. Lo importante no son las formas, sino el contenido que vehiculan, la dimensión profunda a la que responden.


OREMOS
Misterio infinito cuya sed han sentido todos los seres humanos
desde el comienzo de su existencia... 
que has hecho emerger en la conciencia colectiva de los pueblos
innumerables formas de reverencia, de adoración, de mística,
de transcendencia... de religación o espiritualidad, 
expresada después, en los últimos milenios,
en las religiones, grandes y pequeñas, de todos los pueblos. 

En Jesús nos indicas cuál es la verdadera religión, 
más allá de toda religión formal. 

Haz que comprendamos que ha llegado la hora 
en que como verdaderos adoradores te adoremos 
en espíritu y en verdad, en justicia y amor, en apertura y solidaridad 
con todos nuestros hermanos y hermanas. 
Como nos enseñó Jesús, hijo tuyo y hermano nuestro. 
Amén. 

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Lecturas en lenguaje Latinoamericano - Domingo 3º de Cuaresma, ciclo A


Ex 17,3-7: Danos agua de beber
En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: "¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?" Clamó Moisés al Señor y dijo: "¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen." Respondió el Señor a Moisés: "Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo." Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: "¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?"

Salmo responsorial 94: 
Vengan, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias, / aclamándolo con cantos.
R:/ Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: No endurezcan el corazón"

Entren, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios, / y nosotros su pueblo, / el rebaño que él guía.
R:/
Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: No endurezcan el corazón"

Ojalá escuchen hoy su voz: "No endurezcan el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto; cuando sus padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras."
R:/
Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: No endurezcan el corazón"

Romanos 5, 1-2.5-8: El amor ha sido derramado en nosotros con el Espíritu que se nos ha dado
Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.

En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atreviera uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Juan 4,5-42: Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: "Dame de beber." Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?" Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva." La mujer le dice: "Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?" Jesús le contestó: "El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna." La mujer le dice: "Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla."

[Él le dice: "Anda, llama a tu marido y vuelve." La mujer le contesta: "No tengo marido." Jesús le dice: "Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad."

La mujer le dice: "Señor,] veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén." Jesús le dice: "Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén darán culto al Padre. Ustedes dan culto a uno que no conocen; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad." La mujer le dice: "Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo." Jesús le dice: "Soy yo, el que habla contigo."

[En esto llegaron sus discípulos y se extrañaban de que estuviera hablando con una mujer, aunque ninguno le dijo: "¿Qué le preguntas o de qué le hablas?" La mujer entonces dejó su cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: "Vengan a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste el Mesías?" Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él.

Mientras tanto sus discípulos le insistían: "Maestro, come." Él les dijo: "Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen." Los discípulos comentaban entre ellos: "¿Le habrá traído alguien de comer?" Jesús les dice: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿No dicen ustedes que faltan todavía cuatro meses para la cosecha? Yo les digo esto: Levanten los ojos y contemplen los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: Uno siembra y otro siega. Yo los envié a segar lo que no han sudado. Otros sudaron, y ustedes recogen el fruto de sus sudores."

En aquel pueblo muchos [samaritanos] creyeron en él [por el testimonio que había dado la mujer: "Me ha dicho todo lo que he hecho."] Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo."


Versión Corta
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: "Dame de beber." Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?" Porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Jesús le contestó: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva." La mujer le dice: "Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?" Jesús le contestó: "El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna." La mujer le dice: "Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla."

Veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén." Jesús le dice: "Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén darán culto al Padre. Ustedes dan culto a uno que no conocen; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad." La mujer le dice: "Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo." Jesús le dice: "Soy yo, el que habla contigo."

En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo."