lunes, 30 de octubre de 2023

Dia de los Fieles Difuntos - La Pérdida y el Enojo con Dios - Jn 6, 37-40

Estar enojado con Dios es algo con lo que muchas personas creyentes,
han luchado con el tiempo.
Cuando algo trágico sucede en nuestras vidas,
le preguntamos a Dios: 
"¿Por qué?" Esa es nuestra reacción natural.

 Lo que realmente preguntamos, sin embargo,
no es tanto 
"¿Por qué, Dios?" sino "¿Por qué a mi, Dios?"

Esta pregunta revela que como creyentes
queremos una vida más fácil; y que Dios nos debe evitar
cualquier tragedia. Cuando no lo hace, nos enojamos con Él.

En segundo lugar,
cuando no entendemos el alcance de la soberanía de Dios,
perdemos la confianza en su capacidad de controlar las circunstancias,
las actitudes de otras personas, y la forma en que eso nos afecta.
Cuando no hace lo que “necesitamos” entonces nos enojamos con Dios.
No confiamos en que es Él el que sabe lo que “necesitamos”.
Cuando no nos complace pensamos que Él ha perdido el control del universo y sobre todo el control de nuestras vidas.

Cuando perdemos la fe en la soberanía de Dios es porque nuestro ser, humano y frágil
está peleando contra nuestra propia frustración y nuestra incapacidad para controlar los acontecimientos.

 Cuando suceden cosas buenas, con mucha frecuencia las atribuimos a nuestros propias capacidades para obtener los logros y el éxito;
pero cuando suceden cosas malas, estamos listos
para culpar rápidamente a Dios, y nos enojamos con él
por no hacernos inmunes a las circunstancias desagradables.

Las tragedias nos abren a la terrible verdad
de que no estamos a cargo de todo.

 Todos pensamos en un momento u otro que podemos
y debemos controlar el resultado de todas las situaciones, 
pero en realidad es Dios quien está a cargo de toda su creación.
Todo lo que pasa viene de Él o es permitido por Él.

 Ni un gorrión, ni un cabello de nuestra cabeza cae al suelo
sin que Dios lo sepa
(Mt 10: 29-31).

Podemos quejarnos, enojarnos y culpar a Dios de todo lo que nos sucede.

Si en verdad confiamos en Él, debemos ofrecerle nuestra amargura y dolor;
reconocer el pecado de orgullo 
al querer imponer nuestra voluntad sobre la suya.

Él nos va a conceder su paz y su fuerza para sobrellevar cualquier situación difícil (1 Cor 10: 13).
Muchos creyentes en Jesucristo dan testimonio de esa realidad.

 Podemos enojarnos con Dios por muchas razones pero tenemos que aceptar en algún momento, que hay cosas que no podemos controlar o incluso entender con nuestras mentes limitadas y finitas. Nuestra comprensión de la soberanía de Dios en todas las circunstancias deben ir acompañados de nuestro entendimiento de esa realidad.

Nuestro dios tiene por nosotros amor, misericordia, cariño, bondad, es paciente, recto, justo y santo.
Esos son sus atributos eternos. Cuando confrontamos nuestras dificultades a la luz de la verdad de la Palabra de Dios,
vemos que nuestro amoroso y santo Dios dispone todas las cosas para nuestro bien
(Rom 8:28),
y que tiene un plan y un propósito perfecto para nosotros y que este no puede ser torcido
(Is 14:24 ; 46: 9-10);
entonces lo entendemos mejor y comenzamos a ver los problemas desde una perspectiva diferente.

Las escrituras también nos ayudan a entender que esta vida nunca es una vida de continua alegría y felicidad,
más bien nos ayuda a decir con Job que: "el hombre nace para la aflicción como las chispas vuelan hacia arriba"
(Job 5: 7),
y que la vida es corta y "lleno de problemas"
(Job 14: 1).

 El que nos acerquemos a Cristo para salvarnos del pecado no significa que se nos garantice una vida libre de problemas. Jesús dijo: "En este mundo tendrán aflicción", y si creemos que él ha "vencido al mundo" (Juan 16:33),
aprenderemos a tener paz interior, a pesar de las tormentas, de la rabia y el enojo que nos rodea
(Juan 14:27)

 Una cosa es cierta: la ira y el enojo duradero son pecado (Gal 5:20; Ef 4: 26-27. 31 Col 3: 8).

El enojo nos perjudica, da entrada al diablo a nuestras vidas. Puede destruir nuestro gozo y paz si no los dejamos ir. Aferrarnos a la ira hace que la amargura y el resentimiento se hagan dueños de nuestros corazones.
Si se lo confesamos al Señor, y luego esperamos su perdón, podemos liberarnos de esos sentimientos hacia Él.
En nuestro dolor, nuestra ira y amargura tenemos que ir con nuestra oración ante el Señor.

 La Biblia nos dice en 2 Samuel 12: 15-23 que David iba ante el trono de la gracia, en nombre de su bebé enfermo, ayuno, lloro y oró por él para que sobreviva. Cuando el bebé murió, David se levantó y adoró al Señor.
Él dijo a sus siervos que sabía dónde estaba su bebé y que algún día estaría con él en la presencia de Dios. David clamó a Dios durante la enfermedad del bebé, pero después se inclinó ante Él en adoración. Eso es un testimonio maravilloso.

 Dios conoce nuestros corazones y es inútil tratar de ocultar lo que realmente sentimos.
Hablar con él sobre nuestro dolor es una de las mejores maneras de manejar ese dolor. Si lo hacemos con humildad, dándole nuestro corazón, Él obrará en nosotros, y en el proceso, nos hará más parecidos a Él.

 

Podemos confiar a Dios en todo?
Podemos confiarle nuestras vidas y las vidas de nuestra seres queridos? Por supuesto que podemos! Nuestro Dios es compasivo, lleno de gracia y de amor, y, como discípulos de Cristo debemos confiar en Él en todas las cosas. Cuando nos ocurran tragedias, hay que confiar en que Dios las puede usar para acercarnos a Él, para fortalecer nuestra fe, para hacernos más maduros e íntegros
(Sal 34:18; Sant 1: 2-4), puede hacernos testimonio reconfortante para otros (2 Cor 1: 3-5).
Eso es más fácil decir que hacer, pero necesitamos rendir cada día nuestra propia voluntad a la suya, conocer sus atributos en la Palabra de Dios.
 

Necesitamos también mucha oración, y luego aplicar lo que aprendemos de nuestra propia situación. Al hacerlo, nuestra fe crecerá y madurará progresivamente. Con práctica, será más fácil confiar en Él y navegar en las tormentas de otra de las tragedias que algún día enfrentaremos. El enojo, la queja y el reclamo son actitudes humanas como lo son el llanto, la tristeza y la pena. Si no sabemos salir de ellos podemos terminar muertos tanto de espíritu como de cuerpo. En nuestras tragedias y dificultades oremos para aprender de esa situación.

Necesitamos tener una relación real con Dios. Si estás enojado, no dudes en decírselo, Él es un Dios grande; Él puede aceptar tu enojo! Sé honesto con lo que sientes. Somos herederos del reino y él entiende este mundo caído en el que estamos, Él también entiende las emociones humanas. Nunca huyas de Él, incluso si está enojado. Sé auténtico y veraz porque Dios no es un ídolo al que hay que pagar con nuestra alabanza; Debes seguir caminando con Él en la fe, confiar en que Él te ayudará a resolver lo que sea que te preocupa. (Jean Goredema)

El enojo permanente con Dios es el resultado de la incapacidad o la falta de voluntad para confiar en Dios que quiere nuestro bien aun cuando no entendemos lo que está haciendo con nosotros o en nuestras vidas. El enojo permanente con Dios es esencialmente decirle a Dios que Él ha hecho algo malo cuando se supone que Él nunca lo hace. En esta vida no se puede hacer todo, menos resolver la muerte física de quien es amado entrañablemente. Recordemos con Rom 14, 23 que nuestros juicios a menudo nos pueden llevar a pecar. En el desierto, los israelitas se quejaron contra Moisés y Dios, esa queja era pecado. Para el creyente, lo que no viene de la fe, nos lleva al pecado. (Lynda Hickman)

¿Nos entiende Dios cuando estamos enojados, frustrados o decepcionados con Él? Sí, Él conoce nuestros corazones y sabe que la vida en este mundo es difícil y dolorosa. ¿Eso nos da derecho a estar enojado permanentemente con Dios? Por supuesto que no. En lugar de enojarnos de ese modo con Dios, debemos entregarle nuestros corazones en la oración y luego confiar en que Él está en control y que Su plan es siempre perfecto.

(c) Traducido y adaptado por Padre Diego de un texto de Shea S. Michael Houdmann "Is it wrong to be angry with God?"

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Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos
Se utilizan las lecturas propuestas para los difuntos.

Primera Lectura: 
Sab 3, 1-9
Las almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento.
Los insensatos pensaban que los justos habían muerto,
que su salida de este mundo era una desgracia
y su salida de entre nosotros, una completa destrucción. Pero los justos están en paz.

La gente pensaba que sus sufrimientos eran un castigo,
pero ellos esperaban confiadamente la inmortalidad.
Después de breves sufrimientos recibirán una abundante recompensa,
pues Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí.
Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto agradable.

En el día del juicio brillarán los justos
como chispas que se propagan en un cañaveral.
Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos,
y el Señor reinará eternamente sobre ellos.

Los que confían en el Señor comprenderán la verdad
y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado,
porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos.
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Salmo Responsorial: Salmo 22, 1-3. 4. 5. 6

R. (1) El Señor es mi pastor, nada me faltará.

El Señor es mi pastor, nada me falta;
en verdes praderas me hace reposar
y hacia fuentes tranquilas me conduce
para reparar mis fuerzas.
Por ser un Dios fiel a sus promesas,
Me guía por el sendero recto.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.

Así, aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me dan seguridad.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.

Tú mismo preparas la mesa,
a despecho de mis adversarios;
me unges la cabeza con perfume
y llenas mi copa hasta los bordes.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.

Tu bondad y tu misericordia me acompañarán
todos los días de mi vida;
y viviré en la casa del Señor por años sin término.
R. El Señor es mi pastor, nada me faltará.

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Segunda Lectura: Rom 5, 5-11
Hermanos: La esperanza no defrauda porque Dios ha infundido su amor en nuestros corazones
por medio del Espíritu Santo, que él mismo nos ha dado.

En efecto, cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por los pecadores en el tiempo señalado.
Difícilmente habrá alguien que quiera morir por un justo,
aunque puede haber alguno que esté dispuesto a morir por una persona sumamente buena.
Y la prueba de que Dios nos ama está en que Cristo murió por nosotros, cuando aún éramos pecadores.

Con mayor razón, ahora que ya hemos sido justificados por su sangre, seremos salvados por él del castigo final.
Porque, si cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él por la muerte de su Hijo,
con mucho más razón, estando ya reconciliados, recibiremos la salvación participando de la vida de su Hijo.
Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo,
por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.
 
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O bien: Rom 6, 3-9
Hermanos: Todos los que hemos sido incorporados a Cristo Jesús por medio del bautismo,
hemos sido incorporados a él en su muerte. En efecto, por el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte,
para que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre,
así también nosotros llevemos una vida nueva.

Porque, si hemos estado íntimamente unidos a él por una muerte semejante a la suya,
también lo estaremos en su resurrección. Sabemos que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo,
para que el cuerpo del pecado quedara destruido,
a fin de que ya no sirvamos al pecado, pues el que ha muerto queda libre del pecado.

Por lo tanto, si hemos muerto con Cristo, estamos seguros de que también viviremos con él;
pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no morirá nunca. La muerte ya no tiene dominio sobre él.
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O bien: Carta a Los Romanos 5, 1- 5

5,1: Pues bien, ahora que hemos sido justificados por la fe, estamos en paz con Dios,
por medio de Jesucristo Señor nuestro. 5,2:
También por él —por la fe— hemos alcanzado la gracia en la que nos encontramos,
y podemos estar orgullosos esperando la gloria de Dios.

5,3:
No sólo eso, sino que además nos gloriamos de nuestras tribulaciones;
porque sabemos que la tribulación produce la paciencia, 5,4:
de la paciencia sale la fe firme
y de la fe firme brota la esperanza. 5,5:
Y la esperanza no quedará defraudada,
porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón por el don del Espíritu Santo.
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O Bien: Carta de Santiago 1,2-8: 
1, 2 Hermanos míos, estimen como la mayor felicidad el tener que soportar diversas pruebas.
1,3: Ya saben que, cuando su fe es puesta a prueba, ustedes aprenden a tener paciencia,
1,4: que la paciencia los lleve a le perfección, y así serán hombres completos y auténticos,
sin que les falte nada. 1,5: Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídala a Dios, y la recibirá,
porque él da a todos generosamente y sin reproches.
1,6: Pero que pida con confianza y sin dudar.
El que duda se parece al oleaje del mar sacudido por el viento.
1,7: No espere ese hombre alcanzar nada del Señor:
1,8: ya que es un hombre dividido, inestable en todos sus caminos. 
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Aclamación antes del Evangelio: Mt 25, 34
R. Aleluya, aleluya.
Vengan, benditos de mi Padre, dice el Señor;
tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo.
R. Aleluya.
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Evangelio: Jn 6, 37-40
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud:
 “Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí;
y al que viene a mí yo no lo echaré fuera,
porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad,
sino la voluntad del que me envió.

Y la voluntad del que me envió
es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado,
sino que lo resucite en el último día.
La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él,
tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día’’.
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*La oración por los muertos pertenece a la más antigua tradición cristiana. Es natural, pues, que el día siguiente a la fiesta de los que han entrado en la intimidad de Dios, nuestra solicitud vaya hacia nuestros hermanos que han muerto en la esperanza de la resurrección que abarca también a "todos aquellos cuya fe sólo conoce el Señor".

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