sábado, 10 de junio de 2023

TOA - 10mo Domingo - Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo - La Mesa de la Amistad

Dt 8,2-3.14b-16ª: Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres.
Salmo responsorial 147: Glorifica al Señor, Jerusalén.
1Cor 10,16-17: El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo.
Jn 6,51-58: Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.
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Sentarse juntos para una comida
puede generar un sentimiento especial de unión.
Cada uno de nosotros tendrá sus propios recuerdos
de compañía o compañerismo en la mesa.
Muchos de estos serán experiencias felices de celebración y risas,
de amor recibido y compartido.

Algunos recuerdos de la comunión en la mesa pueden ser tristes,
cuando somos más conscientes de alguien que está ausente
que de los que están presentes.
Jesús compartió mesa muchas veces con sus discípulos.
Es probable que, al compartir comida con sus discípulos,
también compartiera con ellos su visión del reino de Dios.

En la mesa, los discípulos bebieron algo de la mente, el corazón y el espíritu de Jesús.
De todas las comidas que compartió con ellos, la comida que permaneció en su memoria
más que ninguna otra fue su última comida juntos, lo que se conoció como la última cena.
El evangelio de hoy nos da el relato de Marcos, su cuadro de palabras, de esa última cena.

Esta última comida que Jesús compartió con sus discípulos
se destacó en su memoria, capturando la imaginación
de generaciones de discípulos hasta nosotros mismos.
Hizo más que compartir su visión con los discípulos;
se los dio de una forma que nunca antes había hecho,
y de una manera que anticipaba la muerte,
moriría por ellos y por todos, al día siguiente.
Al entregarse en forma de pan y vino de la comida,
se declaraba a sí mismo como su comida y bebida.
Al pedirles que tomaran y comieran, que tomaran y bebieran,
les estaba pidiendo que se pusieran de pie con él,
que se entreguen a él como él se estaba entregando a ellos.

Fue a causa de esa cena y de lo que sucedió allí que estamos aquí en esta iglesia hoy.
Jesús pretendía que su última cena fuera un comienzo más que un fin.
Fue la primera Eucaristía.
Desde esa comida, la iglesia se ha reunido regularmente en su nombre,
para hacer y decir lo que hizo y dijo en la última cena: tomar pan y vino,
bendecir a ambos, partir el pan y dar ambos para que los discípulos coman y beban.

Jesús continúa entregándose como comida y bebida a sus seguidores.
También continúa exponiendo a sus seguidores que tomen su posición con él,
que tomen todo lo que defiende, viviendo según sus valores,
caminando en su camino, incluso si eso significa la cruz.
Cada vez que venimos a misa y recibimos la Eucaristía,
estamos haciendo una serie de declaraciones importantes.
Reconocemos a Jesús como nuestro pan de vida,
como el único que puede satisfacer nuestras ansias más profundas.

También estamos declarando que echaremos nuestra suerte con él, por así decirlo,
que seguiremos su camino y seremos fieles a él toda nuestra vida,
en respuesta a su fidelidad hacia nosotros.
En ese sentido, celebrar la Eucaristía no es algo que hagamos a la ligera.
Nuestra familiaridad con la Misa y la frecuencia con la que la celebramos
pueden opacar nuestros sentidos al pleno significado de lo que estamos haciendo.
Cada vez que nos reunimos para la Eucaristía,
nos encontramos una vez más en ese aposento alto con los primeros discípulos,
y la última cena con todo lo que significa está presente nuevamente para nosotros.

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Lecturas para la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi)

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Primera lectura: Deut 8, 2-3. 14-16.
En aquel tiempo, habló Moisés al pueblo y le dijo:
"Recuerda el camino que el Señor, tu Dios,
te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto,
para afligirte, para ponerte a prueba
y conocer si ibas a guardar sus mandamientos o no.

Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná,
que ni tú ni tus padres conocían, para enseñarte que no sólo de pan vive el hombre,
sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.

No sea que te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto y de la esclavitud;
que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, lleno de serpientes y alacranes;
que en una tierra árida hizo brotar para ti agua de la roca más dura,
y que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres".

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Salmo Responsorial: Salmo 147, 12-13. 14-15. 19-20 (12ª)

Glorifica al Señor, Jerusalén;
a Dios ríndele honores, Israel.
El refuerza el cerrojo de tus puertas
y bendice a tus hijos en tu casa.
R. Bendito sea el Señor.

El mantiene la paz en tus fronteras,
con su trigo mejor sacia tu hambre.
El envía a la tierra su mensaje
y su palabra corre velozmente.
R. Bendito sea el Señor.

Le muestra a Jacob sus pensamientos.
sus normas y designios a Israel.
No ha hecho nada igual con ningún pueblo
ni le ha confiado a otro sus proyectos.
R. Bendito sea el Señor.
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Segunda lectura: 1 Co 10, 16-17
Hermanos: El cáliz de la bendición con el que damos gracias,
¿no nos une a Cristo por medio de su sangre?
Y el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de su cuerpo?
El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos,
formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.
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Aclamación antes del Evangelio: Jn 6, 51

R. Aleluya, aleluya.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor;
el que coma de este pan vivirá para siempre.
R. Aleluya.
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Evangelio: Jn 6, 51-58.

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
"Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida".


Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí:
"¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?"

Jesús les dijo: "Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre
y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día.

Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él.
Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él,
así también el que me come vivirá por mí.

Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron.
El que come de este pan vivirá para siempre".

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ORACIÓN 

Señor Jesús, que partiste y repartiste 
tu pan, tu vino, tu cuerpo y tu sangre, 
durante toda tu vida, 
y en la víspera de tu muerte 
lo hiciste también simbólicamente.

Te pedimos que cada vez que nosotros 
lo hagamos también "en memoria tuya" 
renovemos nuestra decisión 
de seguir partiendo y repartiendo, 
como tú, en la vida diaria, 
nuestro pan y nuestro vino, 
nuestro cuerpo y nuestra sangre, 
todo lo que somos y poseemos. 

Te lo pedimos a ti, que nos diste ejemplo 
para que nosotros hagamos lo mismo. 

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Mi Cuerpo es Comida

Mis manos, esas manos y Tus manos 
hacemos este Gesto, compartida 
la mesa y el destino, como hermanos.

Las vidas en Tu muerte y en Tu vida.  

Unidos en el pan los muchos granos, 
iremos aprendiendo a ser la unida 
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos.  

Comiéndote sabremos ser comida, 
El vino de sus venas nos provoca. 

El pan que ellos no tienen nos convoca 
a ser Contigo el pan de cada día.

Llamados por la luz de Tu memoria, 
marchamos hacia el Reino haciendo Historia, 
fraterna y subversiva Eucaristía. 
(Pedro Casaldáliga)

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Reflexión Alternativa - Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi)
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Hoy proclamamos a Jesús, Pan de vida, el que sacia nuestro hambre en nuestros desiertos, nos da en su cuerpo el maná verdadero, regalo de su Padre para la humanidad. Todos los demás panes (dinero, sexo, consumismo, fama, el poder...) no saciarán nunca en plenitud la hambre del corazón humano, en cambio nos dejan con más hambre. 

La palabra y los gestos de Jesús, su propuesta de Reino y su Alianza con nosotros nos abre un mundo solidario y lleno de posibilidades para compartir y donde nadie pase necesidad. 

Antes de entrar a la tierra prometida, Moisés da al pueblo tres grandes y solemnes discursos registrados en el Deuteronomio, lo que algunos llaman el "testamento de Moisés", por sus últimas palabras, llenas de unción y de una espiritualidad profunda. 

Moisés invoca el pasado para dar sentido al presente de cada generación. Al decir "recuerda" nos dice que recordar es hacer memoria, conectarse con el pasado glorioso, ser parte de la historia de fe, o de la salvación. Dios se hace presente en la historia de este pueblo y ha estado presente en todos sus momentos alegres y tristes, nunca los ha abandonado. Las pruebas sufridas en el desierto (que simboliza la fe pura) fueron necesarias para madurar, para confiar, para vivir solo de Yahvé, sin apoyos humanos. El hambre, los confronta con su necesidad básica y los prepara para descubrir su fe, su confianza en el Dios que los sacia plenamente. Más tarde, cuando se hicieron prósperos y consumistas el pueblo se olvidó de Yahveh. La hablarles, Moisés les recuerda que: "no sólo de pan vive el ser humano sino de cuanto sale de la boca de Dios", y ya desde entonces el ayuno toma su sentido profundo. Mateo retoma este verso en las tentaciones de Jesús. 

Pablo advierte sobre los peligros de una comunidad dividida. Abre el verdadero sentido comunitario de la Eucaristía y les da algunas aplicaciones prácticas para gozarla. Afirma que el Cáliz, el Pan...debe "unirnos" a todos, en la sangre, en el cuerpo de Cristo. En Espíritu y en verdad, todos estamos unidos en la Eucaristía en el cuerpo y la sangre de Cristo, estamos en comunión (común - unión) entre todos y con Él. Bebiendo el Cáliz, comiendo el Pan, damos el verdadero sentido a la fe comprometida por la unidad, la fraternidad, el amor, la solidaridad, la entrega, a los hermanos y hermanas en Cristo. Si no hay unidad, nuestras Eucaristías son vacías de sentido, se hacen un mero rito religioso personalista. Pablo nunca enseñó a su comunidad a celebrarla de ese modo. El Apóstol les “recuerda” que "aunque nosotros somos muchos, el Pan es uno", pero que al comulgar "nos hacemos un solo cuerpo". La unidad en la universalidad, tiene una gran actualidad. Este “cuerpo unido" expresa la dimensión sacramental de la Iglesia que en la diversidad de razas y culturas hace visible al Cristo total. 

En el capítulo 6, San Juan expone su "discurso eucarístico". La expresión"vivirá para siempre", está presente al comienzo y al final de los versos 51-59 que usamos como la lectura Dominical. Jesús se auto-revela al decir: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo". Antes los judíos no entendieron, tampoco muchos de nosotros lo hacemos hoy. Es necesario tener fe para entender este gran misterio. Aún explicado por el mismo Jesús, sin fe es imposible captar el sentido de sus palabras y su alcance para nuestras vidas. Solo desde la fe, podemos afirmar en verdad que Jesús es el Pan de Vida, el que ha venido de arriba, desde Dios, a este mundo limitado e insaciable, para saciar las hambrunas profundas del corazón humano. Sacia nuestras insatisfacciones; el cansancio de la vida, el sin sentido, los anhelos del corazón. En este Pan de vida nos da un remedio saludable. Cambia el lugar de nuestras soledades y aislamientos en habitación de comunión de vida. El creyente ya no vive para sí mismo, es consagrado, poseído por una presencia que lo transforma y le hace eterno y le da sentido pleno a su existencia. Este Evangelio relaciona esta comida especial, única y sin precedentes, con el sacrificio de Jesús: En ella comemos su cuerpo, bebemos su sangre. Al comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo no solo lo recibimos, nos identificamos, nos unimos, y sobre todo nos capacitamos para dar, ofrecer, entregar una vida digna, semejante a aquel a quien comulgamos. 

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