Jeremías lamenta sus dificultades como profeta.
"el don de Dios supera con mucho al delito".
En el Evangelio,
Jesús les pide a sus discípulos ser valientes al promover su fe.
Por el Bautismo, todos los miembros del Pueblo
de Dios
somos potencialmente proféticos y debemos desempeñar
nuestro rol para transmitir
la verdad sobre Dios.
En cierto modo, todos somos sucesores de
Jeremías y de los apóstoles cuyo trabajo era compartir el mensaje de Cristo
con el mundo, aunque no todos hagamos del mismo modo
el trabajo de ser portavoces de Dios.
Los obispos y los sacerdotes tienen el
deber oficial de alentar y enseñar a los fieles.
Su tarea difícil pero que vale la pena es
transmitir fielmente la enseñanza de Cristo
y corregir los errores que amenazan la
integridad
de la doctrina cristiana tradicional o las normas éticas.
Al igual que Jeremías y otros profetas del
Antiguo Testamento, recuerdan a su pueblo
la voluntad revelada
de Dios y los altos estándares morales que Dios nos pide.
Y, como los profetas, los sacerdotes a
menudo pueden esperar críticas y oposición,
solo por hacer su trabajo.
Los teólogos también tienen un trabajo
importante en la Iglesia al estudiar en profundidad
la verdad revelada y
luego combinar esa enseñanza tradicional con el conocimiento moderno,
para aplicar
honestamente el mensaje cristiano a nuevos problemas.
Para ayudarlos en este trabajo
desalentador, tienen la luz del mismo Espíritu Santo
que guió a los profetas de la antigüedad, siempre
que investiguen
no como maestros sino como servidores de la
Palabra de Dios.
Pero no solo los sacerdotes y los teólogos
tienen el papel profético hacia el pueblo de Dios.
El Concilio Vaticano II enseñó que todo
cristiano debe dar un testimonio vivo de Cristo,
al menos viviendo una vida de fe y caridad
y uniéndose a la adoración y la oración.
Este no es un asunto tan fácil. El espíritu
de la sociedad actual, con su consumismo galopante,
y el miedo a la religión de muchos medios de comunicación no siempre fomentan
actitudes valerosas, ni alientan estándares morales sólidos que generen y promuevan
valientes promotores de la verdad de Dios.
En la mayoría de los países de hoy,
los
cristianos no son perseguidos por mostrar fe en Cristo y su Evangelio,
pero cuando él o ella viva de acuerdo con
esta enseñanza,
nadarán contra la corriente de una cultura materialista y no encontrarán las cosas fáciles.
Jesús
advierte que ser cristiano costará sacrificio y sufrimiento.
Estamos obligados a enfrentar la oposición
de un mundo
que no se somete con gusto a la palabra de Dios,
que hace tantas demandas a la naturaleza
humana.
Pero también hay una verdadera satisfacción
al defender la verdad de las cosas.
En el centro de sus almas, las personas
proféticas tienen la felicidad de trabajar con el Señor,
quien es la verdad suprema de quien todos
dependemos.
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Primera lectura: Jer 20, 10-13
En aquel tiempo, dijo Jeremías: "Yo oía el cuchicheo de la gente que decía:
'Denunciemos a Jeremías, denunciemos al profeta del terror'.
Todos los que eran mis amigos espiaban mis pasos,
esperaban que tropezara y me cayera, diciendo:
'Si se tropieza y se cae, lo venceremos y podremos vengarnos de él'.
Pero el Señor, guerrero poderoso, está a mi
lado;
por eso mis perseguidores caerán por tierra
y no podrán conmigo;
quedarán avergonzados de su fracaso y su
ignominia será eterna e inolvidable.
Señor de los ejércitos, que pones a prueba
al justo
y conoces lo más profundo de los corazones,
haz que yo vea tu venganza contra ellos, porque
a ti he encomendado mi causa.
Canten y alaben al Señor, porque él ha
salvado la vida de su pobre
de la mano de los malvados".
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Salmo Responsorial: Salmo 68, 8-10. 14 y 17. 33-35 (14c)
Por ti he sufrido oprobios
y la vergüenza cubre mi semblante.
Extraño soy y advenedizo,
aun para aquellos de mi propia sangre;
pues me devora el celo de tu casa,
el odio del que te odia, en mí recae.
R.
Escúchame, Señor, porque eres bueno.
A ti, Señor, elevo mi plegaria,
ven en mi ayuda pronto;
escúchame conforme a tu clemencia,
Dios fiel en el socorro.
Escúchame, Señor, pues eres bueno
y en tu ternura vuelve a mí tus ojos.
R.
Escúchame, Señor, porque eres bueno.
Se alegrarán, al verlo, los que sufren;
quienes buscan a Dios tendrán más ánimo,
porque el Señor jamás desoye al pobre
ni olvida al que se encuentra encadenado.
Que lo alaben por esto cielo y tierra,
el mar y cuanto en él habita.
R.
Escúchame, Señor, porque eres bueno.
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Segunda lectura: Rom 5, 12-15
Hermanos: Por un solo hombre entró el
pecado en el mundo y por el pecado entró la muerte,
así la muerte paso a todos
los hombres, porque todos pecaron.
Antes de la ley de Moisés ya existía el
pecado en el mundo
y, si bien es cierto que el pecado no se castiga cuando no
hay ley, sin embargo,
la muerte reinó desde Adán hasta Moisés aun sobre
aquéllos que no pecaron como pecó Adán,
cuando desobedeció un mandato directo
de Dios.
Por lo demás, Adán era figura de Cristo, el que había de venir.
Ahora bien, el don de Dios supera con mucho
al delito.
Pues si por el pecado de uno solo hombre todos fueron castigados con
la muerte,
por el don de un solo hombre, Jesucristo,
se ha desbordado sobre
todos la abundancia de la vida y la gracia de Dios.
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R.
Aleluya, aleluya.
El Espíritu de verdad dará testimonio de
mí, dice el Señor,
y también ustedes serán mis testigos.
R.
Aleluya.
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Evangelio: Mt 10,
26-33
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles:
"No teman a los hombres.
No hay nada oculto que no llegue a descubrirse;
no hay nada secreto que no llegue a saberse.
Lo que les digo de noche, repítanlo en pleno día,
y lo que les digo al oído, pregónenlo desde las azoteas.
No tengan miedo a los que matan el cuerpo,
pero no pueden matar el alma.
Teman, más bien, a quien puede arrojar
al lugar de castigo el alma y el cuerpo.
¿No es verdad que se venden
dos pajarillos
por una moneda?
Sin embargo, ni uno solo de ellos cae por tierra si no lo
permite el Padre.
En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están
contados.
Por lo tanto, no tengan miedo,
porque ustedes valen mucho más que
todos los pájaros del mundo.
A quien me reconozca delante de los hombres,
yo también lo reconoceré ante
mi Padre, que está en los cielos;
pero al que me niegue delante de los hombres,
yo también lo negaré ante mi Padre, que está en los cielos".
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