sábado, 14 de enero de 2023

TOA - Navidad - La Natividad del Señor, Misa de medianoche - Lc 2, 1-14






Primera lectura: Is 9, 1-3. 5-6
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz;
sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció.

Engrandeciste a tu pueblo e hiciste grande su alegría.
Se gozan en tu presencia como gozan al cosechar,
como se alegran al repartirse el botín.

Porque tú quebrantaste su pesado yugo,
la barra que oprimía sus hombros y el cetro de su tirano,
como en el día de Madián.

Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado;
lleva sobre sus hombros el signo del imperio y su nombre será: 
“Consejero admirable”, “Dios poderoso”, 
“Padre sempiterno”, “Príncipe de la paz”;
para extender el principado con una paz sin límites
sobre el trono de David y sobre su reino; 
para establecerlo y consolidarlo
con la justicia y el derecho, 
desde ahora y para siempre. 
El celo del Señor lo realizará.


Salmo Responsorial: Sal 95, 1-2a. 2b-3. 11-12. 13
R. (Lc 2, 11) Hoy nos ha nacido el Salvador.
Cantemos al Señor un canto nuevo, que le cante al Señor toda la tierra;
cantemos al Señor y bendigámoslo.
R. Hoy nos ha nacido el Salvador.

Proclamemos su amor día tras día,
su grandeza anunciemos a los pueblos; de nación, sus maravillas.
R. Hoy nos ha nacido el Salvador.

Alégrense los cielos y la tierra, retumbe el mar y el mundo submarino.
Salten de gozo el campo y cuanto encierra, manifiesten los bosques regocijo.
R. Hoy nos ha nacido el Salvador.

Regocíjese todo ante el Señor, porque ya viene a gobernar el orbe.
Justicia y rectitud serán las normas con las que rija a todas las naciones.
R. Hoy nos ha nacido el Salvador.

Segunda Lectura: Tt 2, 11-14
Querido hermano:
La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres
y nos ha enseñado a renunciar a la irreligiosidad y a los deseos mundanos,
para que vivamos, ya desde ahora, de una manera sobria, justa y fiel a Dios,
en espera de la gloriosa venida del gran Dios y Salvador,
Cristo Jesús, nuestra esperanza.

Él se entregó por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos,
a fin de convertirnos en pueblo suyo,
fervorosamente entregado a practicar el bien.

Aclamación antes del Evangelio
R. Aleluya, aleluya.
Les anuncio una gran alegría: hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor.
R. Aleluya.
Evangelio: Lc 2, 1-14
Por aquellos días,
se promulgó un edicto de César Augusto,
que ordenaba un censo de todo el imperio.
Este primer censo se hizo cuando Quirino era gobernador de Siria.

Todos iban a empadronarse, cada uno en su propia ciudad;
así es que también José,
perteneciente a la casa y familia de David,
se dirigió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea,
a la ciudad de David, llamada Belén, para empadronarse,
juntamente con María, su esposa, que estaba encinta.

Mientras estaban ahí, le llegó a María el tiempo de dar a luz
y tuvo a su hijo primogénito;
lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre,
porque no hubo lugar para ellos en la posada.

En aquella región había unos pastores que pasaban la noche en el campo, vigilando por turno sus rebaños.
Un ángel del Señor se les apareció y la gloria de Dios los envolvió con su luz y se llenaron de temor.

El ángel les dijo: “No teman. Les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo:
hoy les ha nacido, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor. 
Esto les servirá de señal: encontrarán al niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre”.

De pronto se le unió al ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
“¡Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!”


El rol y la misión de María

Dios quiso que su Hijo eterno sea el Salvador de todo el género humano. 
En el lenguaje fastuoso de Isaías, escuchamos acerca de él que
"Las naciones verán tu justicia, y todos los reyes tu gloria;
y te será dado un nombre nuevo, que saldrá de la boca del Señor... ";
¡Es para nuestra salvación que Él vino!

Por eso, para compartir con nosotros la amorosa providencia de Dios,
Él eligió asumir nuestra humanidad, en la carne, en su debilidad, en su totalidad. 

Por eso también, ¡Él eligió nacer de una mujer, de una madre!

Ese fue el importantísimo rol y la misión asumida en libertad y alegría de María:
ser la madre, la cálida mujer,
la mujer valiente y entregada al servicio del plan salvífico de Dios.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice:
"Para llegar a ser la madre del Salvador,
María fue enriquecida por Dios con dones a la medida de su papel. 

El ángel Gabriel la saluda como llena de gracia –
como la mujer que ya estaba totalmente lista
para la gran misión de su vida y de la humanidad entera.

En esta hermosa fiesta de Navidad, apreciamos los grandes dones
que Dios nos ha regalado a través de María y su hijo, Jesús. 

No son regalos físicos, ni materiales los que debemos de preocuparnos por compartir. Más importantes son los regalos que trascienden lo humano, que nos ayudan a trabajar por una humanidad reconciliada, a pesar de todo el odio que se ve en todas partes, a defender y proteger la naturaleza, ese gran regalo que debemos cuidar entre todos.


La fe en su hijo, es el más grande de los regalos que ha separado y alimentado para nosotros. 

Para responder a ese gesto solidario y generoso debemos preguntarnos: ¿Estoy también dispuesto a hacer lo que Dios quiere que haga
y no lo que yo quiero? Si estoy dispuesto,
debo aceptar el desafío y a ponerlo en práctica. 

El Dios de la vida prepara a aquellos que Él escoge para desempeñar una tarea en el servicio de los demás – Este principio es cierto para todos los que están dispuestos a servir a Dios con libertad y alegría. 

Todos somos llamados a la santidad,
somos escogidos para vivir en ella e irradiarla a nuestro alrededor. 

Nuestro Dios nos va a preparar para hacer su trabajo
en el ministerio que Él decida, a promover una vida mejor. 

El dios de la Paz, la alegría y la vida plena Él nos ha regalado a Jesús como nuestro Señor y guía, nos llamó desde las aguas salvadoras del bautismo, y nos da el apoyo de la Iglesia y de nuestra fe,
nos fortalece para cooperar con Jesús en la salvación de este mundo.
 Dios,
Padre Nuestro,
que en Jesús nos has dado
tu Palabra, hecha carne y sangre,
fuerza y ternura,
muerte y resurrección;
te pedimos nos inspires
para seguir sus pasos
por el camino que él nos trazó,
abrazando
en nuestro caminar hacia ti
a todos los hermanos y hermanas.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
¡Amén!


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